martes, 25 de diciembre de 2012

Viacrucis

El Diario, 25 de diciembre de 2012 Luis Javier Valero Flores Hoy es, quizá, el día más relajado del mundo occidental; es, también, uno de los días más felices para millones de niños, pues desde los primeros momentos del día se solazan con los juguetes que distintas figuras (según las diversas creencias, Santa Clós, el Niño Dios, los Reyes Magos o simplemente los padres, abuelos, tíos, etc.) les trajeron en la noche. Esa es la realidad para muchos, probablemente no para la mayoría de los niños en México. Gracias al influjo de la religión católica, y de las cristianas en general, en nuestro mundo –tan ajeno al otro, que es infinitamente mayor, es decir, el oriental y en buena medida al africano– estas fechas pasaron de ser una amalgama de las creencias originarias y las católicas, a temporadas crecientemente comerciales en las que, a pesar de todo, las familias intentan reunirse para festejar la natividad cristiana, o tan sólo para reunirse, lo que en estos tiempos es motivo suficiente para esperarlas con alegría y, también, para quienes son creyentes (algunos más que otros) los dediquen a la celebración de los ritos propios de sus religiones. Pero, precisamente por aquellos dos motivos –la de los regalos y la de las reuniones familiares y los festejos con los amigos y compañeros– es uno de los días más tristes para sociedades como la nuestra, porque es cuando se aprecian, probablemente con mayor crudeza, las gravísimas desigualdades sociales y que llevan a la realización de actividades como las realizadas por el Gobierno de Chihuahua y la Presidencia Municipal de Juárez –repartir toneladas de menudo en el primer caso, y de pollos en el segundo– que denotan las enormes carencias sociales existentes en Chihuahua. Para percatarse de lo anterior no es necesario recurrir a las zonas marginales de nuestras ciudades, por desgracia, por doquier se empiezan a apreciar las huellas de las consecuencias de las políticas económicas aplicadas, pura pobreza dejan. Y la cauda de problemas generados por este fenómeno, cuya amplitud y profundidad van marcando a generación tras generación, que se convierten en el campo de cultivo propicio para toda suerte de defectos sociales, en primer lugar la ignorancia, la falta de educación, la ausencia de valores cívicos, acrecentados por la incompetencia y voracidad de la clase gobernante; el abandono de cientos de miles de niños y jóvenes, dejados al garete, no por los padres, obligados en la mayor parte de los casos a lanzarse sin paracaídas ni defensa alguna a la selva económica, a fin de obtener aunque sean mendrugos para sus hijos; la ausencia infinita de oportunidades para cientos de miles de jóvenes, pero también para los adultos mayores, los que no alcanzaron los privilegios de la seguridad social y que no son pocos. ¡Ah, bien vista la cosa, pocos motivos hay para alegrarse fuera de los ámbitos familiares! Si quisiéramos calificar la justicia presente en nuestra sociedad bastaría, solamente, con ver cuántos niños no alcanzan los mínimos de ingesta alimenticia, cuántos los adultos mayores obligados a trabajar –en el mejor de los casos– en los supermercados como chícharos, disputando las plazas con los niños, o apareciendo como fantasmas cuidando, como veladores, los negocios; cuántos los profesionistas obligados a aceptar cualquier trabajo ajeno a sus estudios. O las tragedias milenarias que se esconden en los miles y miles de paisanos que en estas fechas abarrotan carreteras, centrales camioneras, líneas de aviación (los menos), presurosos, gustosos –de ahí que soporten estoicamente todo– para ir al encuentro de las familias y no hallan un mínimo de sensibilidad en nuestras instancias institucionales, con el establecimiento infinito de retenes, revisiones, mil y un trámites, hasta el grado de exigir identificaciones (los del Instituto Nacional de Inmigración) para viajar ¡Al sur! ¿No alcanzan a entender que por cada persona que viaja en estas fechas, los que se fueron de sus tierras, existe una tragedia familiar, la que sufrió al desmembrarse a causa de la falta de oportunidades para algunos o todos de sus integrantes, ahí en su terruño? Es cuando se desea otra visión de los gobernantes, una que entienda que lo hecho hasta ahora, fundamentalmente, está mal hecho, que las desigualdades siguen creciendo, que las oportunidades de ser felices se escasean tanto que dejan como único momento de solaz estas fechas. Por lo tanto, aprovechémoslas ¡Felices fiestas!

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