martes, 8 de enero de 2013

Homologación

El Diario, 8 de enero de 2013 Luis Javier Valero Flores El nuevo secretario de Hacienda del Gobierno Federal, Luis Videgaray, no se anda por las ramas, desentendiéndose de sus labores más inmediatas en la pasada campaña electoral, es decir, las políticas, pues para eso era el coordinador general del equipo de Enrique Peña Nieto. Ahora asoma su verdadero rostro, el cultivado largamente en el ITAM, bajo la sombra de su maestro, otro secretario de Hacienda de memorables recuerdos, Pedro Aspe Armella, el de Carlos Salinas de Gortari. Y ese rostro no es otro que el de los tecnócratas llegados al gobierno desde las entrañas de los organismos financieros privados, o internacionales, o desde el ámbito privado. Esos que estrenaron en el gobierno de México los sinónimos de la tecnocracia. Así, ajuste quiere decir aumento; desregulación significa apertura; “no habrá incremento de precios”, significa elevación inmediata, y así por el estilo. Ahora, después de la aplicación de dos “gasolinazos” en lo que va del actual gobierno, Videgaray dice que “de manera gradual se hará la corrección del aumento de la gasolina”. ¿Que, qué? Así lo dijo: “Actualmente la gasolina se vende por debajo de su costo, pero en este momento no se puede corregir de golpe, sino de manera gradual”. (Nota de Milenio, 7/I/13). Bueno, le devolvemos el crédito al ínclito secretario, sí es político, y sí está usando el lenguaje de tal especie, pues a la vera de la celebración de 14 procesos electorales estatales en 2013, nos anunció que sí se elevará el precio de la gasolina, hasta igualarse con los precios internacionales, es decir, los de Estados Unidos, pero no ahorita, sino hasta después, no es el momento ¿Y por qué no?: “Tiene que ver según la fecha del año, en diciembre la gasolina baja, mientras que en los meses de calor aumenta porque la gente usa más su carro”, dijo, evidentemente en un lapsus pues seguramente quiso decir que en invierno disminuye el uso del vehículo (aunque también depende de a qué sector social se refería), porque los precios de las gasolinas no han disminuido, hace no sabemos cuánto tiempo. Aún más, estos hombres, se supone avezados en el estudio y manejo de la economía y las finanzas públicas, nunca se detienen a analizar el impacto de la elevación de los precios de los combustibles en el total de la economía mexicana en la que la mayor parte de la carga se efectúa por medio de automotores, la mayoría movidos por gas y diesel, que usan vías pavimentadas (coincidentemente, también procedente del petróleo) y que el impacto mayor del precio de las gasolinas no es el del uso de los vehículos personales, sino el del traslado de mercancías. Pero no son los únicos aspectos “extraños” del precio de las gasolinas, por pura coincidencia la actual producción nacional de gasolinas es igual a la de 2001, pues nadie, desde el gobierno, da un solo paso para iniciar la construcción de las necesarias refinerías con las que debería contar un país que se cuenta entre los primeros 10 productores mundiales de petróleo. ¡N’ombre, que va! ¡Si pa’ eso tenemos a las empresas Exxon y la Shell pa’ que ganen dinero a montones al vendernos la mitad de las gasolinas. (México, S. A., Carlos Fernández-Vega, La Jornada, 7/I/13). El daño a la economía nacional, realizado por el gobierno anterior, es gigantesco –justamente en los años de los excedentes petroleros– pues el precio de la gasolina Premium se incrementó 37 por ciento, el de la Magna 60 y el del diesel 95, lo que le representó al país la friolera de ¡112 mil 569 millones de dólares! equivalentes a una cuarta parte del presupuesto federal de este año y 25 años el del presupuesto del gobierno estatal y por las primeras declaraciones de los nuevos funcionarios, no parece haber la decisión de cambiar tal política. El anuncio de Videgaray entraña la amenaza, cierta, de “ajustes” a los precios de las mercancías a mitad de año, la consiguiente inflación y probablemente la detención en el crecimiento de nuevos empleos ¿Cuándo? No lo dude, después de las elecciones del primer domingo de julio. Si tan solo esa visión, de equiparar los precios de las mercancías con los vigentes en el mercado internacional, abarcara, también, a la de los salarios, probablemente las críticas no tendrían razón de ser, por ello, ya que insisten en la homologación de precios de mercancías y servicios ¿Por qué no abarcar la de la mano de obra, que también es una mercancía? Digo, si el salario mínimo fuera de 5.5 dólares la hora, po’s otro cantar sería el nuestro ¿No?

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