domingo, 20 de enero de 2013

Arranques

El Diario, 20 de enero de 2013 Luis Javier Valero Flores Con la instalación del Consejo General del Instituto Estatal Electoral (IEE), el martes anterior, y la realización de distintas actividades de la mayor parte de los partidos políticos existentes en la entidad, dio inicio el proceso electoral del presente año. Se trata del proceso local que menor atracción ejerce sobre la ciudadanía; por consiguiente, el que mayor abstencionismo provoca. Su importancia no es menor pues es el que generalmente marca las tendencias hegemónicas, tanto en el contexto general, como en el de las confrontaciones internas, sobre todo en el Chihuahua posterior al gobierno panista de Francisco Barrio, y probablemente desde las elecciones intermedias de 1995. En ese año, el alcalde de la capital dejaba el poder, el priista Patricio Martínez, “desaparecía” de la escena política, para reaparecer como candidato triunfante a la diputación federal en 1997. Menos de un año después, ganaba las primeras elecciones internas del PRI para definir a un candidato al gobierno de una entidad. Carrera semejante debió recorrer José Reyes Baeza, con la diferencia de que, en lugar de disputar una diputación de mayoría relativa, ocupó el 2o. lugar de la lista plurinominal de su partido, después de un “oscuro” periodo, entre 2001 y 2003, en el que parecía haber sido marginado de la lucha por la gubernatura por su compadre, el ahora senador priista, Martínez, quien lo envió a ocupar la dirección de la dependencia actualmente ocupada por otro aspirante a la alcaldía, Marcelo González Tachiquín, Pensiones Civiles del Estado. De ahí salió a la diputación para ganar la elección interna a la candidatura gubernamental y ejercer el gobierno de Chihuahua del 2004 al 2010. César Duarte no pasó por la alcaldía de Chihuahua, pero sí por la presidencia de la Cámara de Diputados, paso que le permitió recibir el apoyo de la dirigencia nacional de su partido, el PRI, y de su organización campesina, la CNC, así como el respaldo invaluable de Emilio Gamboa Patrón, líder de los diputados priistas de esa legislatura. Reyes Baeza, del mismo modo que Patricio Martínez, no logró “construir” un candidato de su equipo. A ambos se les “cayeron” sus respectivos secretarios de gobierno, Víctor Anchondo y Fernando Rodríguez, respectivamente, y debieron optar (por supuesto que nunca abiertamente) por quien apareció como la mejor opción de triunfo para su partido, Reyes Baeza y César Duarte. Más aún, sin ser de su equipo, y probablemente no del todo de su agrado (políticamente, claro, otras son las relaciones –o eran– personales entre ambos políticos) debió apoyar al parralense, para no dejar el camino libre al ex senador y entonces ex alcalde juarense, Héctor “Teto” Murguía. Así, vistos a vuelo de pájaro, los procesos político-electorales de medio sexenio fueron los que apuntalaron a los equipos y probables candidatos al gobierno del estado. Esa es la realidad del PRI chihuahuense de hoy, gracias a que ejerce una consistente hegemonía electoral, la que puede crecer merced a los errores y deficiencias de sus adversarios en el ámbito local. Segunda fuerza local, y en ocasiones la primera, tanto en las elecciones estatales como en las elecciones federales, el PAN atraviesa por una gravísima crisis. A los factores nacionales deberán agregárseles los locales; no sólo es un partido señalado como portador de los peores defectos al momento de gobernar –casi al mismo grado que su antecesor en la república, el PRI– en Chihuahua sufre las consecuencias de sufrir dos procesos electorales internos señalados por la autoridad electoral federal como fraudulentos. Con ello, su credibilidad ha sufrido un serio quebranto. Además, sus últimos gobernantes locales, los ex alcaldes capitalinos Juan Blanco y Carlos Borruel, fueron señalados por encabezar administraciones con amplios visos de corruptelas y graves irregularidades en el ejercicio gubernamental. El electorado de la capital fue especialmente contundente en la última elección municipal, el PAN fue superado por más de 50 mil votos por los candidatos del PRI. No ocurrió así en la última elección federal, en la que los candidatos a senadores priistas fueron derrotados en la ciudad de Chihuahua a manos de los candidatos panistas, amén de que los candidatos de la izquierda superaron, por mucho, el 20 por ciento de la votación en ese municipio. La nueva dirigencia blanquiazul intenta en estos días reconstruir la unidad y elevar el perfil político-electoral de sus posibles abanderados, bajo una terrible sombra: abrir o no un proceso electoral interno, con el riesgo de que se presente nuevamente el fraude electoral. Cualquiera que sea el resultado de la construcción de sus principales candidaturas, una cosa es cierta, deberá enfrentar el hecho de entrar al proceso electoral de manera disminuida, no solamente por la depuración (y el abandono de muchos panistas) de su padrón, sino porque aun prevalecerá el efecto e inercias de la elección presidencial y una buena parte del electorado le otorgará al PRI –y con ello, piensan, al presidente Enrique Peña Nieto– una oportunidad más de hacer las cosas bien. Contarán con otro factor en su contra. Cambiadas las responsabilidades del manejo de los programas sociales, sobre todo los de carácter rural, ya no los tendrán a su favor y, por tanto, las elevadas cifras obtenidas en los municipios rurales disminuirán y probablemente no estén en condiciones de repetir el triunfo, como lo hicieron en 2010, en los 23 municipios que hoy gobiernan, salvo excepciones. Y luego dicen que el manejo de los programas de la Sedesol están “blindados” y que no cuentan en el ámbito electoral. Veremos. Se podría decir que, hasta el momento, ni priistas ni panistas han cometido errores en sus respectivos errores; en cambio, en el bloque de la izquierda, a pesar de que sus candidatos en la pasada elección federal rebasaron los 300 mil votos, un poco más del 20 por ciento de la votación estatal, cifra que es, por mucho, la mejor de las obtenidas en Chihuahua en toda su historia, enfrenta un muy incierto panorama. El PRD sufre una sangría encubierta, una buena parte de sus mejores activistas han dejado este partido y el electorado de izquierda transita en cada elección con sentimientos encontrados pues, decidido a no votar por priistas o panistas, no encuentra en las posturas locales del perredismo respuestas a sus posturas de izquierda. Y no solo ahí, en las elecciones locales del 2010, los otros partidos de esta corriente, el Partido del Trabajo y Convergencia –ahora, Movimiento Ciudadano– apoyaron a los candidatos del PRI, salvo en algunas alcaldías. Lo mismo ha ocurrido en los últimos 3 procesos electorales locales. Peor, la dirigencia nacional del PRD ha anunciado su intención de buscar la alianza con el PAN en 13 de las 14 entidades que tendrán elecciones este año. Así, la posibilidad de que a nivel local se repitiera la conformación de la alianza de izquierda, del mismo modo que en las elecciones presidenciales, se aleja irremediablemente. Por si fuera poco, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), la agrupación política dirigida por López Obrador –que este año intentará obtener su registro electoral como partido político nacional– resolvió ¡no participar en ninguna elección de los 14 estados, a pesar de que se involucrará en ellas el 43 por ciento del padrón electoral! La decisión de Morena, además de extraña, es incomprensible ¿Cómo, una agrupación que intenta obtener registro como partido en las instancias electorales, decide no participar en las elecciones locales y dejar que sus votos y simpatías se vayan a otro lado?

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