jueves, 20 de enero de 2011

Tragedia nacional de una década

Luis Javier Valero Flores
Poco festinado, unos cuantos meses atrás, la periodista Anabel Hernández publicó un libro que habrá de convertirse en una de las fuentes de información y punto de referencia para entender lo que los mexicanos sufrimos a lo largo de casi una década, en particular a partir de fines de 2006.

En esa obra, Hernández anticipa que no hablará solamente de los principales jefes conocidos de los cárteles de la droga, sino, fundamentalmente, de los jefes de ellos, por ello denominó al libro “Los señores del narco”.

Pero una investigación sobre ese tema no puede evadir la indudable importancia, casi mítica, de quien aparece hoy día como el más importante y temible de los jefes de los cárteles, Joaquín Guzmán Loera, cuya fotografía ocupa toda la portada del libro mencionado y quien debió celebrar con mucha alegría su evasión del penal de Puente Grande diez años atrás.

En él se encuentran documentados hechos escalofriantes, y me refiero no a los crímenes, que para horror nuestro cada vez adquieren mayor salvajismo, sino a las coincidencias y hechos aparentemente fortuitos en los que aparecen nítidamente las relaciones de destacados hombres de la vida pública y privada, con algunos de quienes han sido señalados como los jefes del narcotráfico en México.

Hoy medio país sufre una gravísima crisis de seguridad pública y el debate sobre la existencia o no de un estado fallido, para amplias zonas, sobre todo del norte de México, no tiene razón de ser, es una realidad hiriente, sangrante, pues ha llevado al conjunto de las instituciones de la procuración y aplicación de justicia a una profunda crisis, como no la habíamos enfrentado antes.

Por desgracia, a diferencia de lo realizado por los norteamericanos, y también por los colombianos, aquí, ni se ha entrado en la etapa de aceptar la drogadicción y el tráfico de drogas como un problema de salud pública, más que de seguridad, como es el caso de Estados Unidos, ni se ha abordado el ataque frontal a la degradación social, como se ha intentado en algunas regiones de Colombia.

Aquí se pretendió, y se logró, alterar el “equilibrio” sostenido por los cárteles y se lanzó una supuesta guerra, para la cual hasta, indebidamente, Felipe Calderón se vistió con casaca militar, sin que se advierta hasta la fecha que las hostilidades principales, y por tanto las bajas presentadas, sean entre las fuerzas del Estado y las bandas del narcotráfico.

No, lo que ahora sufrimos es un salvaje enfrentamiento de los cárteles, con esporádicas apariciones de las fuerzas militares o policíacas, en una abierta disputa por el control de territorios, agrupaciones policiales y giros delictivos, pero por ninguna parte aparece la concertada, inteligente, preparada acción gubernamental en contra del tráfico de drogas.

Llegar a esa conclusión no es difícil. Pongamos en el tapete de la discusión un hecho no controvertido hasta ahora. Varios meses atrás, la revista Forbes, editada por el consorcio del mismo nombre, publicó que Guzmán Loera es uno de los hombres más ricos del planeta y calculó su fortuna en alrededor de mil millones de dólares (cifra mínima para ingresar a la clasificación de la revista).

El Informador, periódico tapatío, asegura que Guzmán Loera, como jefe del Cártel del Pacífico –al que también se le denomina de Sinaloa– tiene el control sobre la tercera parte de las ganancias obtenidas por el narcotráfico en Estados Unidos, que las ubica en el orden de los 64 mil millones de dólares anuales.

Bueno, si ese mundo de dinero tiene origen ilícito y, por supuesto, no se puede esconder ¿En dónde está? ¿En dónde está la actividad de los órganos de inteligencia del Estado que los haya llevado a saber la ruta del dinero?

Y eso es lo más importante, porque como se lo dijo “El Mayo” Zambada a Julio Sherer, a los capitanes de industria tan bonancible –y por supuesto a los sicarios, últimos de los peldaños criminales– se les puede sustituir con alguna facilidad, pero en tanto no se afecte a la estructura financiera de estos negociantes, la guerra seguirá.

Y si no se tiene esa información ¿Por qué no pedírsela a Forbes? Digo…

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