domingo, 28 de noviembre de 2010

De bodas y aniversarios

El Diario, 28 de noviembre de 2010
Luis Javier Valero Flores
Pareciera título de la sección de sociales, y aunque la mitad del mismo debiera circunscribirse a ella, sus protagonistas han resuelto que no sea así. ¿Y cómo va a ser un evento de la sociedad toluqueña, si el novio resolvió que la fiesta se realizara en la casa de Gobierno del Estado de México? (O sea que los contribuyentes mexiquenses hasta la boda pagan).

Pues sí, ese es uno de los temas, la multiaclamada y escenográfica boda del gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto y la actriz de Televisa Angélica Rivera, y el otro, la celebración del 4º aniversario del gobierno de Felipe Calderón y el 10º de gobiernos panistas que éstos se aprestan a realizar el día de hoy.

Unos y otros, faltos de la necesaria autocontención, celebran sus fiestas como si el país entero estuviera ansioso de apapacharlos en virtud de las numerosas y positivas cosas que su tránsito por la función pública hubiese dejado.

México enfrenta momentos particularmente difíciles. Nunca en la historia nacional se había presentado una crisis de seguridad pública de las dimensiones de la actual. Habíamos tenido, sí, agudos enfrentamientos armados, guerras civiles, asonadas, rebeliones, y hasta dos revoluciones –la de independencia y la del siglo pasado– oleadas de incremento de la actividad delictiva, pero incluso en los momentos más álgidos producidos por las bandas criminales no se había puesto tan en riesgo al total de las instituciones como en el momento presente.

Hoy, las bandas criminales tienen en jaque al Estado mexicano, por lo menos en la mitad de las entidades y la agenda dictada por los jefes de los cárteles en la guerra que libran, marca todos los aspectos de la vida nacional.

El fracaso de la estrategia gubernamental en contra del crimen organizado es total. Hoy, las áreas de influencia de las bandas criminales son incomensurablemente mayores a las de hace 4 años, la corrupción y la impunidad crecieron geométricamente y los índices delictivos, prácticamente en todos los aspectos, son peores. Ya no citemos la cifra de muertos de estas guerras, superan todo lo imaginado.

Pero si hubiese más cosas que lamentar, más dolorosas que la muerte de decenas de miles de mexicanos, lanzados a las actividades delictivas –quizá la mayor parte de ellos a causa de no tener a la vista ningún proyecto de vida viable, que les significara más educación, alimentos, vivienda, recreación, seguridad en el futuro y con una sociedad orientada al individualismo, a la obtención de dineros fácilmente y con patrones culturales prácticamente de la edad media– insistimos, en estas guerras, quizá lo que más duele ver es el agudo proceso de degradación social e institucional sufrido, probablemente ése sea el peor saldo de la crisis por la que atravesamos.

En ese entorno avistamos ya las elecciones presidenciales del 2012. Todas las acciones de nuestros políticos están enmarcadas en ellas, por desgracia no en los mejores términos, pues atraviesan por uno de los peores momentos en cuanto a credibilidad entre la ciudadanía. Lógico, la modernización democrática del país –que existe, a pesar de todo, no podemos negar los avances en materia electoral– no ha traído para la absoluta mayoría de la población mejoría económica personal.

No sólo estamos peor económicamente sino que crece la percepción popular en ese sentido, así, según la encuesta de octubre de la empresa Consulta Mitofsky, en cuanto a la percepción sobre la economía, 83% dice que está peor y solo el 12.8 afirma estar mejor que el año anterior.

Peor, Calderón es calificado por los ciudadanos con un 53%, y solamente el 54% de los ciudadanos aprueba su gestión gubernamental.

Algunos plantean que ha fallado el modelo económico, todo lo contrario, no estaba concebido para resolver los problemas sociales, ni acabar con la desigualdad social, ni con la injusta distribución de la riqueza. Se planteó como un modelo que de manera automática, al dejarle todo a las fuerzas del mercado, éstas regularían aspectos como los señalados. El mundo entero exhibe los efectos de tal orientación económica.

Incapaces de reconocer su fracaso gubernamental, los panistas se aferran a presumir que las cifras macroeconómicas demuestran la eficacia de su forma de gobernar y se niegan a aceptar la enorme tragedia que sus gobiernos han producido. En lo que va de la década más de siete millones de mexicanos emigraron y millones son hoy desempleados, amén del crecimiento de la pobreza y la pobreza extrema. El país hace agua, literalmente.

En contraposición a tal situación, los privilegios de la alta burocracia y la concentración de la riqueza se convirtieron en asuntos cotidianos que, no por serlo, son aceptados por una población harta de tan malos y tan caros gobiernos.

Y si el modelo económico está agotado, el político no lo está menos.

Por todos lados aparecen las evidencias de que el viejo presidencialismo tocó a su fin en México. No se puede gobernar con el actual modelo, ni con el marco legal vigente. Vivimos un presidencialismo bizarro en el que quien obtiene la mayoría de los votos en la elección presidencial se encuentra imposibilitado de gobernar pues no tiene la mayoría en el Poder Legislativo, el sistema no estaba concebido para que el Congreso de la Unión, o las legislaturas locales, se opusieran a las disposiciones del presidente o los gobernadores.

A enterrar el viejo modelo político, la mayoría de los electores en el 2000, acudieron gozosos a acompañar a Fox en sus peroratas. Nada de eso es realidad ahora, muchos de los cuadros políticos y técnicos del priismo se hicieron cargo de áreas sustantivas de la conducción del país y la vieja columna vertebral del sistema, no sólo se mantuvo sino que se le dio respiración artificial.

Para el PAN en el gobierno las cosas no están mejores. Muy pronto olvidaron la consigna zedillista de instalar una sana distancia entre el gobierno y el partido. Felipe Calderón nos ha hecho recordar mucho a Salinas de Gortari. Ahora, desde la presidencia de la república se impone a los presidentes nacionales. No puede ser de otra manera, más del 70% del Consejo Nacional del blanquiazul son funcionarios de la administración federal y las derrotas electorales, especialmente la del súper domingo del 4 de julio pasado –se realizaron trece elecciones de gobernadores– los desmadejó aún más que las federales.

Y la “guerra” de Calderón contra el crimen organizado les ha significado un pesado lastre, tanto que el 83% de la ciudadanía piensa que la seguridad es peor a la de un año atrás.

Es tan grave la crisis del PAN que ahora mismo no aparece ninguno de los destacados calderonistas cerca de los punteros en las encuestas, el más adelantado es el actual senador Santiago Creel a quien destaparán el día de hoy.

Pero si eso hacían los gobiernos del “cambio”, el viejo PRI supo amoldarse a los nuevos tiempos, lo pudo hacer porque conservó amplísimas zonas de poder, en particular la mayoría de los gobiernos estatales y desde ahí empezó a tejer el nuevo régimen y el regreso al Palacio Nacional.

¿Lo hace en función de los ejes de la modernidad democrática? Diríamos que sólo a veces y sólo algunos; en lo general permea la herencia patrimonialista, el viejo control electoral, el uso de nuevas formas de alienamiento a la población, con ejemplos tan desmesurados como los de los gobernadores de Puebla, Mario Marín, y el de Oaxaca, Ulises Ruiz. Y no son los únicos, por desgracia.

Y precisamente uno de los poderes fácticos, que ya lo era antes del 2000, pero que ahora se ha erigido en poder casi indispensable, pretende arrebatarle, no sólo al PRI la posibilidad de elegir candidato sino al país entero la libertad de designar al presidente de la república. Sí, Don Enrique Peña Nieto es fruto no solamente de la televisión, sino del viejísimo aparato político –la nomenklatura le definió Carlos Salinas de Gortari– que ahora intenta con los mismos métodos, ahora renovados y modernizados, convertirse en el primer mandatario de la nación.

¿Lo hace bajo los métodos de una democracia desarrollada, o acaso sin hacer uso de los viejos artilugios, es decir, el uso del patrimonio público para promoverse?

La respuesta es obvia, es hasta ofensiva la manera en que se pretende “venderlo” como el estandarte del priismo democrático.

Pero aún faltan largos diez meses para que se resuelvan las candidaturas, en tanto, alegrémonos, tenemos fiestas de las cuales debemos enorgullecernos hasta la médula, Peña Nieto y su gaviota ya se casaron, en una ridícula parodia de las bodas de la realeza europea, y el PAN celebra que los sexenios de Fox y Calderón serán recordados, dijo el líder panista del DF, al mismo nivel que los gobiernos de ¡Madero y Juárez

Ahí nomás…

Aserto1@netscape.net

Blog: http://luisjaviervalero.blogspot.com

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