domingo, 8 de julio de 2012

Regreso sin gloria

El Diario, 8 de julio de 2012 Luis Javier Valero Flores Conocidos los resultados de los cómputos distritales (sólo faltaban, al momento de redactar estas notas, las casillas de un distrito de Jalapa que no cambiarán el resultado final del cómputo) en los que el priista Enrique Peña Nieto alcanzó una votación de 19 millones 195 mil 129 votos, que representaban 38.22%, en tanto que Andrés Manuel López Obrador, obtuvo 15 millones 866 mil 35 votos –31.59%– y Josefina Vázquez Mota, 12 millones 754 mil 375 votos, –25.39%–, la siguiente etapa consistirá en la presentación de los alegatos esgrimidos por la izquierda ante el TEPJF para sustentar su postura de anular la elección, en virtud de la inequidad presente en ella, del exceso de recursos empleados por el candidato del PRI y por la “compra” de votos. Tales han sido los argumentos de la izquierda, contra los cuales se ha desatado una intensa campaña de descrédito y descalificación “porque AMLO no acepta el resultado”, “porque no es un demócrata”, porque es “parte de su naturaleza”, etc. Doce años después de ser echado de Los Pinos, regresa el PRI. Pero lo hace bajo el manto de las acusaciones de gastos desmesurados e ilegales. Lo desmienten tajantemente, y hasta enojados, algunos de sus integrantes. Está bien pero ¿dónde estaban las masas eufóricas, afiebradas, alegres hasta la exaltación, a lo ancho y largo del país, la noche del domingo, celebrando, como si fuera fiesta nacional, el triunfo del PRI? ¿Dónde estaba el pueblo, feliz de impulsar al máximo cargo público otra vez, a un militante priista? ¿Por qué no hubo fiesta nacional, como recientemente en Egipto, o Francia? ¿Por qué no hubo fiestas en México como cuando ganó Obama en Estados Unidos? ¿Por qué? Las respuestas no son sencillas ni agradables: No hubo festejos masivos, de pueblo, porque una parte importante del electorado del PRI nada tenía para festejar. Simplemente había cumplido con una tarea más, otra, porque ya había hecho su parte, votar y recibir alguna prebenda antes o después de la elección; una más, pues porque tenía que hacerlo y en ello no le iba, ni la pasión ni la congruencia política, simplemente porque de allá de ese partido había fluido la posibilidad de contar con un trabajo y muchos más porque fueron laboralmente presionados a buscar votos para el PRI. Por eso los festejos de la clase política priista fueron casi privados, por eso se les nota, a los integrantes de ésta, como si hubiesen adquirido, de repente, una mesura inesperada ¿Obedece a sus arraigadas concepciones democráticas? No. Y hay muchos elementos para creer que no. El fraude del domingo anterior no fue como los de antes, como los del viejo PRI, el del robo de votos, de urnas, a la alteración de los resultados en las casillas o en los cómputos distritales. No. Lo nuevo, y al mismo tiempo antiquísimo, fue la compra –o inducción– anticipada de la voluntad ciudadana mediante el uso indiscriminado de los dineros, privados y públicos, y el alineamiento de casi el total de los medios de comunicación, sobre todos los electrónicos, fuente y origen de la cultura en general, de la cultura política de más del 90% de la población. Imposibilitados de contratar propaganda política en los medios electrónicos, los poderes fácticos, decididos a imponer a Enrique Peña Nieto, cambiaron esa propaganda por otra aparentemente neutral y mucho más “profesional”: Las encuestas. Estas suplieron atinadamente los cientos de miles de spots radiofónicos y televisivos del pasado, las mamparas, los pendones, los volantes; solo bastaba que las difundieran masivamente Televisa, Tv Azteca, Radio Fórmula, Milenio, El Universal, El Sol de México y su cadena de periódicos (La OEM, de la cual el periódico más destacado es El Heraldo de Chihuahua), Excélsior, etc. y su pléyade de analistas y conductores. A tales factores deberá agregársele la operación gubernamental, ahí en donde el PRI ejerce el gobierno y de lo cual existen evidencias a manos llenas. Los priistas dicen que no pero ¿cómo justifican, entonces, que decenas, tal vez centenas de funcionarios de la administración estatal y de los gobiernos municipales se hayan “ido” a la campaña y sus salarios siguieran fluyendo normalmente? Ante nuestros ojos se armó toda una estrategia para usar la estructura gubernamental en la campaña electoral, sustituyendo de este modo al partido y llevarnos al regreso de cuando el PRI era la oficina electoral del gobierno. Así fue en Juárez, en donde en el distrito 01 los funcionarios estatales responsables de la operación electoral –representantes territoriales o “RTs” – fueron el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, Fernando Uriarte y el secretario de Educación y Cultura, Jorge Quintana Silveyra y por el gobierno municipal el director de Desarrollo Social, Enrique Licón. A su vez, en el Distrito 02, “la operación electoral recayó principalmente en la presidenta de la Junta Municipal de Agua y Saneamiento, Nora Yu Hernández”, sin que se apreciara participación alguna de la administración municipal; en el 03 fue el subsecretario de Gobierno del Estado Zona Norte, Carlos Silveyra Sayto, quien aparecía como “RT”, y del municipio el Director General de Educación y Cultura, Humberto Morales. Por último, en el 04, los responsables fueron “el director de la Operadora Municipal de Estacionamientos con permiso laboral, Alejandro Loaeza, sobrino del coordinador de direcciones, Leopoldo Canizales”. (De los Reporteros, El Diario, 3/VII/12) ¿Qué diferencia hay entre el “Tigre” Azcárraga cuando dijo que él era “un soldado del PRI” y la Televisa actual que construyó un candidato a la presidencia de la República y convenció a millones de mexicanos que era invencible, que era inútil votar por cualquier otro? Digámoslo sin taxativa alguna, las elecciones del domingo anterior fueron parte de un proceso fraudulento en el que se puso en juego la maquinaria gubernamental que los priístas tenían bajo su mando, en una alianza vergonzante con los poderes fácticos que controlan los principales medios de comunicación. Para regresar al poder, el PRI recurrió a todo. Basta ver las imágenes, leer los relatos –por YouTube, en la prensa escrita, en los medios de comunicación alternos– para percatarse que este partido usó la pobreza para el retorno. No hay cosa más paralizadora, ni que lleve más a la desilusión, a la impotencia y al desaliento, que amanecerse 12 años después y ver que el PRI, renovado, democrático y moderno, no es más que el mismo instrumento electoral de muchos años atrás, que se parece mucho al del ’75 en Nayarit, al del ’86 en Chihuahua, al del ’88, al de siempre. De ahí que el regreso del PRI a la presidencia la República sea un regreso sin gloria y que el conjunto de prácticas malsanas y de irregularidades sean la razón fundamental para que el país no saliera a festejar el domingo en la noche, o que el lunes nos hubiésemos amanecido con un pueblo eufórico celebrando la salida del PAN de Palacio Nacional. No se oyeron los claxonazos hasta altas horas de la madrugada del domingo celebrando, ni siquiera en la entidad que obtuvo uno de los porcentajes de votación más altos para Peña. Tales celebraciones contrastan, por ejemplo, con las de la noche del triunfo de César Duarte. Y todavía se enojan porque el agraviado decide acudir a los tribunales competentes para demostrar que existió una conducta fraudulenta. Solo falta que el TEPJF se comporte como el IFE, que cuidó que los participantes no hicieran un fraude como los de antes. En tanto los “modernizados” hacían lo mismo que antes, pero ahora con tarjetas de débito.

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