domingo, 27 de noviembre de 2011

Los de ayer ¿Ya no somos los mismos?

El Diario, 27 de noviembre de 2011
Luis Javier Valero Flores
Lo tratamos en el curso de la semana, pero han sido tan sorprendentes las reacciones del priismo nacional, que obligan a una reflexión más sobre la declinación del senador Manlio Fabio Beltrones a la disputa por la candidatura presidencial del PRI.

¿Realmente obedece a la búsqueda de la unidad la postura de Beltrones? ¿O, por el contrario, obedece a una reacción, acaso más inteligente, a la burda “cargada” que se avizoraba a favor de Enrique Peña Nieto? ¿Esperaba una conducta distinta de quienes acompañan al mexiquense –y del mismo precandidato– que, al percibir el paso de los búfalos decidió no aportarle más al proceso de su partido?

Pocas, muy pocas voces se han escuchado en la semana reparando en los aspectos críticos del documento publicado el martes en algunos periódicos de la Cd. de México. Entre ellos, aquel en el que hace referencia a quienes “en mi partido… tienen prisa y alegan la necesidad de la unidad para conservar privilegios o para garantizar sus intereses personales o de grupo”.

No son las únicas frases críticas. Informa de la petición de muchos priístas para que declinara, en aras de la unidad, y él plantea que la unidad debe ser “un medio para cambiar, no para seguir igual” porque, dice, “coincidimos en que el rumbo del país ya no puede ser el mismo, ni tampoco repetir el que ya dejamos atrás”.

Y esto último es el principal reto de los priístas, coincidan o no en la real necesidad de la transformación, profunda, que necesita el país. Porque, alejados del poder presidencial durante dos sexenios, las evidencias mostradas en muchos aspectos son de que al parecer, las transformaciones de las que hablamos no las conciben de esa manera y se percibe solamente, la búsqueda de la recuperación del poder, y nada más.

El problema estriba en que si el priismo no cambió en estos dos sexenios, la mayoría del país, sí. Y mucho, de tal modo que las conductas del pasado chocarán frontalmente con esa parte de la sociedad que sí se transformó. Para empezar, el electorado es altamente plural y diverso, con menos cadenas (de todo tipo) a las del pasado, el corporativismo sindical –salvo en algunos sectores, varios de ellos importantes, como el del magisterio y el petrolero– no goza precisamente de cabal salud y una de las funciones que ejercía implacablemente, la electoral, ya no puede ejercerla a plenitud.

Los medios de comunicación, si bien los más importantes siguen siendo, como antes, como casi siempre, propiedad de los más poderosos hombres de empresa del país, tienen hoy una vasta pluralidad y el acceso a internet de un influyente sector de la sociedad hace que los controles del pasado, ejercidos por el PRI cuando era partido casi único, ya no sean los mismos.

Y es que, con matices, los priístas han gobernado sus entidades con el mismo patrón de antes. Salieron de la Presidencia de la República pero en los estados no cambiaron y la equivocada manera de panismo para gobernar al país y algunas entidades federativas no hizo otra cosa que arrojar a muchos electores a los brazos del priismo. Lo mismo hizo el perredismo gobernante, salvo en el DF, y eso que el gobierno de Marcelo Ebrard va dejando una larga estela de acciones gubernamentales altamente cuestionables que han llevado al PRD a perder innumerables simpatías y el PRI defeño, por esta razón y por la inercia nacional, se ha ubicado en condiciones de disputar la jefatura de gobierno.

A donde posemos los ojos, los gobiernos del PRD tampoco han sido ejemplo de buen gobierno y añoran, sus militantes, el de López Obrador cuando estuvo al frente del DF. Esos malos gobiernos son la razón fundamental de las derrotas electorales en las entidades en las que llegaron a gobernar, con casos de escándalo, como el de Amalia García en Zacatecas, o de una mediocridad apabullante, como el de Lázaro Cárdenas y Leonel Godoy en Michoacán; o los enfrentados a la izquierda social (y algunos sectores de la izquierda electoral) como el de Zeferino Torreblanca en ¡Guerrero Ni más ni menos, con el agravante de que ganaron la última elección con un ex priísta de último momento, y de toda la vida.

Pero si el perredismo no supo, con su ejemplo, con sus gobiernos, construir una buena imagen electoral, lo realizado por los panistas, especialmente Felipe Calderón, es de antología. Con dos ejercicios de gobierno llevaron a su partido a las derrotas, una tras otra, con excepciones (y la del 2006 es una de ellas, pues sin la decepción de numerosos votantes priístas no se hubiera explicado el resultado de esa elección presidencial).

Tanto las elecciones federales del 2009 y la cuasi elección nacional del 2010, que eso puede representar el inédito ejercicio de las 14 elecciones locales celebradas ese año, la tendencia es la misma, el electorado los ha castigado y nada hace prever que cambie tal situación. Los resultados del Estado de México son el mejor ejemplo.

Dejamos aparte Michoacán pues ahí el PAN logró una abultada votación, fruto de una gran cantidad de factores, no todos atribuibles al partido, sino más bien a la decisión gubernamental de apoyar con todo a la hermana del presidente.

De ahí que los méritos del PRI para llegar con tan altas expectativas electorales al 2012, no todos son de su factura, obedecen en alto grado a los errores de sus adversarios, fundamentalmente al PAN y a la estrategia de Calderón (en sus dos ámbitos, el electoral y el del combate a los narcotraficantes), que la mayoría de los votantes se lo ha cobrado al entregarle sus preferencias a los candidatos priístas.

Pero si alcanzado el objetivo de ganar la Presidencia de la República, se comportan como evidencian los primeros actos de quien seguramente será el candidato, nos esperan muchos tragos amargos.

En primer lugar, al igual que Fox y Calderón, por la vía de Humberto Moreira, el todavía presidente nacional priísta, Peña Nieto ratificó la alianza con Elba Esther Gordillo, como una de sus primeras prioridades, seguramente en previsión de un desmedido crecimiento electoral de López Obrador y de quien resulte ganador en el PAN.

Luego, inusitadamente, Moreira cambió las cláusulas que le darían equidad a la contienda e impedían la formación de la “cargada”, con lo que precipitó la declinación de Beltrones y el enojo de Francisco Labastida y de dos ex presidentas nacionales del PRI, la yucateca Dulce María Sauri Riancho y de María de los Angeles Moreno, la capitalina que fue declarada por Carlos Salinas, el último año de su mandato, como “La mujer del año”.

Y si hubiera necesidad de aportar más evidencias de que el priismo –por lo menos ese– se comportaría como antes, ahí están las manifestaciones de apoyo de los organismos de mujeres y el del sector popular.

Pero detengámonos un momento en los hechos acaecidos en Chihuahua durante la semana. En tanto la clase política se amanecía, y se cimbraba el martes con la declinación de Beltrones, por la tarde de ese día, la dirigencia estatal del PRI chihuahuense recibía a un enviado de Peña Nieto, Rodrigo Villar Monroy, para suscribir ¡un convenio de colaboración, acto en el que el dirigente estatal, Leonel de la Rosa, declaró que el ex gobernante mexiquense tenía “el apoyo del priismo chihuahuense”. ¡Nomás (Nota de Hiram Ortega, El Diario, 23/XI/11).

O sea, son pitonisos, ya sabían que Beltrones declinaría y, raudos y veloces, ese día por la mañana se desplazaron a todo el país para obtener el respaldo del priismo nacional. La cargada en todo su esplendor, como antes, como siempre. Bueno, hechos como estos no pueden desligarse de las razones que llevaron al sonorense a deslindarse del proceso electoral y continuar, dice, luchando por llevar adelante sus propuestas.

Por su parte, en una entrevista concedida a Aserto a fines de octubre (Aserto No. 100, noviembre de 2011), el gobernador de Chihuahua, César Duarte, declaraba sus preferencias por quien hoy será declarado, casi seguramente, candidato del PRI, en virtud de las resoluciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal, en el sentido de que si sólo se registra un precandidato, ya se le podrá considerar como el candidato de ese partido.

¿Y los gobernadores del PRI? Los que, como dice la melodía: “Ahora que estuviste lejos, ya probé la libertad y me gustó” ¿Podrán aceptar, de nueva cuenta, el presidencialismo de antes, ese que el priismo sigue practicando en el ámbito estatal y que Peña Nieto se apresta desde ahora a ejercer –y ejerce–?

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