lunes, 17 de octubre de 2011

El regreso

El Diario, 16 de octubre de 2011
Luis Javier Valero Flores
Estamos a punto de ingresar a un proceso electoral que probablemente no sea lo “normal” que esperáramos. Por varias razones, y fundamentalmente por la grave degradación social presente, acelerada en los últimos años por la crisis de seguridad pública.

El problema principal estriba en que la clase gobernante, a despecho de todas las teorías acerca de las clases sociales, fundamentalmente la marxista, pero en sentido estricto de la palabra, la capa gobernante mexicana se ha convertido, gracias a las jugosísimas prebendas de que gozan, sus elevadísimos salarios, el marco legal y el régimen político construido, con todo y la alternancia partidaria, en una capa social aparte que no ha asimilado la profundísima crisis por la que atravesamos, ni de la posibilidad de que estamos a punto de peligrosísimos estallidos sociales.

Transformar estructuralmente al actual régimen es la más urgente prioridad, no atenderla representará el más grave error cometido por quienes nos gobiernan. Creer que las cosas no cambiarán, o que pueden aceptarse algunas pequeñas modificaciones, durante el año electoral que protagonizaremos, todos, políticos y sociedad, puede convertirse en una de las principales razones del agravamiento de la desgracia abatida sobre el país.

Además de los severos problemas estructurales en materia de economía, que se profundizarán en la medida que avance el pasmo de la economía norteamericana, precisamente por el modelo que se va acentuando –el de la mayor dependencia a los Estados Unidos– y a que, siguiendo el diseño de ese modelo, ya no tuvimos capacidad para lanzar nuestra propia ruta en esa materia, y a cambio optamos por convertirnos en país maquilador, destruyendo prácticamente toda la industria de transformación nacional, que de ninguna manera era incipiente, y sin imponerle a la inversión de la industria maquiladora los candados que otras naciones, en particular las del sudeste asiático, sí hicieron con la industria llegada a instalarse allá; y a que encima tenemos una crisis de seguridad pública cuyo fin, de acuerdo con la opinión de prácticamente todos los especialistas en esa materia, durará varios años, una vez puesta en marcha una estrategia que efectivamente ataque tal ola homicida y delictiva en lo general.

Por ello, ufanarse de la llegada de nuevas plantas maquiladoras en los próximos meses, con la consiguiente creación de cientos, o miles de empleos, no cuadra con la necesidad de cambiar el modelo económico; lo peor que nos puede pasar, declaró recientemente Gustavo de la Rosa, visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Juárez, es que despertemos de esta tragedia como si fuera diciembre de 2007, es decir, con el modelo económico y la seguridad pública de aquel momento, repitiendo exactamente la situación que generó la actual problemática.

Y luego, en la “guerra” de Calderón en contra del crimen organizado, a pesar de las críticas y deslindes que hagan los gobernantes emanados del PRI, son copartícipes de esa estrategia, y no cualesquier copartícipe, en sus entidades apoyaron tal estrategia y en el Congreso de la Unión, salvo contadas excepciones, apoyaron entusiastamente tal modo de afrontar al narcotráfico y más aún, en la Cámara de Diputados no tuvieron duda en aprobar todos los años el multimillonario presupuesto orientado a satisfacer tal estrategia, hasta llegar, sumados los que probablemente se aprueben para el 2012, a la fantástica cifra cercana a los 600 mil millones de pesos, o quizá rebasándola por muy poco.

A pesar de ello el país le reclama a la capa gobernante la muerte de 50 mil personas y la agudización de los índices delictivos en casi todo el país.

Bueno, pues frente a estos gravísimos problemas, la mayoría de los gobernantes insisten en profundizar en tal línea de acción –la económica y la de seguridad pública– y ya en vías de disputar la Presidencia de la República, no atinan a proponer las profundas reformas requeridas por el país. En lo general siguen haciendo política del mismo modo que antes.

En ese sentido importa detenerse en el PRI; por muchas razones, porque es el partido hegemónico en la mayor parte del país, porque es la primera minoría en la Cámara de Diputados, segunda en la de Senadores y por ser el más aceptado hasta ahora en todas las encuestas.

Más aún, porque la mayoría de los más poderosos empresarios se identifican con este partido y porque los propietarios de los principales medios de comunicación (entre quienes se cuentan varios de los anteriores) del mismo modo se sienten mayormente identificados con el PRI.

Pero pensar que ya tienen en la bolsa, otra vez, la presidencia de la república, es una grave equivocación. Peor, que puedan regresar a dirigir al país con los mismos métodos y formas de acceder al gobierno, amén de gobernar de manera semejante al pasado, es más grave. A esta misma sociedad bien le podemos endilgar la frase aquella de que “los de ayer, no somos los mismos de hoy”.

Y ese es el fondo del debate sostenido, no en la forma, sino en el contenido, por Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, al interior del PRI. No es que Beltrones aparezca como el reformador por antonomasia sino que su misma condición de ser segundo en las encuestas –y por un margen mayor– le lleva a proponer algunas reformas progresivas, por encima de las posturas de Peña Nieto, que llegó a proponer la reinstalación de la regresiva cláusula de gobernabilidad, es decir, otorgarle al partido que obtenga la mayoría relativa de votos –si ninguno obtuviese mayoría absoluta– hasta un 8% más de diputados por encima de su porcentaje de votación, con el mismo fin expuesto por Beltrones, Cuauhtémoc Cárdenas, José Woldenberg y otros, en la propuesta de crear la figura de gobiernos de coalición, con la existencia de un jefe de gabinete, es decir, que se establezca la posibilidad de la existencia de una mayoría parlamentaria en la Cámara de Diputados que pueda formar gobierno, garantizada esta figura, por todo un diseño legal.

Pero eso es el discurso, lo real es la forma en que los gobernantes emanados del PRI están construyendo la hegemonía de este partido –ciertamente, diría Fox, los gobiernos panistas han contribuido como nadie más a ese fortalecimiento– basada en la vieja forma de ejercer el poder, esto es con el uso patrimonialista de los recursos públicos, con la colusión o el control sobre los medios de comunicación y con todas las viejas formas del acarreo político.

El colmo es que, a diferencia del pasado, ahora los más poderosos medios de comunicación son los que imponen candidatos y agenda a los partidos políticos, y esa es la impresión generalizada acerca de la precandidatura del mexiquense Peña Nieto. Aún resuenan las tronantes voces del “Tigre” Azcárraga, afirmando –“Yo soy un soldado del PRI”. La diferencia es abismal. Ahora, en lugar de efectuar un mitin, o una asamblea, Peña Nieto fue entrevistado en el noticiero más visto de la TV mexicana y ahí anunció que sí quería ser presidente.

Y por supuesto que no basta con argüir que los otros partidos gobernantes así lo hicieron, especialmente el PAN en la Presidencia de la República, con la suave anuencia –en lo general– del PRI. Hoy todos sufrimos las consecuencias de tal forma de gobernar.

Ante las múltiples evidencias de lo que se avecina, en caso de triunfar el PRI en las elecciones presidenciales del 2012 bajo las premisas planteadas, surgen inquietantes preocupaciones, porque aparentemente el modelo se agotó y la clase política no ha dado muestras de configurar uno nuevo, acorde con las necesidades de una sociedad, que no solo creció cuantitativamente, sino que se transformó radicalmente, a pesar de sus gobernantes y, en lugar de incluirse mayoritariamente en las estructuras o las filias partidarias, crecientemente se aleja de estas y los procesos electorales y una buena parte de ella empieza a cuestionarse acerca de la vigencia del actual régimen político.

Lo peor que nos puede pasar es que regresemos a Monterroso y, como en su fábula, al despertar aún esté ahí el dinosaurio.

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