domingo, 5 de junio de 2011

Como en Canadá

El Diario, 5 de junio de 2011
Luis Javier Valero Flores
Reputado insistentemente como un elemento radical de la izquierda mexicana, de extremista, Andrés Manuel López Obrador desmenuzó el programa de su agrupamiento, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que, de llegar a la Presidencia de la República, llevarían al cabo. De su intervención en la Plaza de Armas de la capital del estado el pasado jueves, se puede desprender todo menos que sus propuestas sean las que enarbolaran durante decenas de años los socialistas o los comunistas en México.

Es de tal magnitud el viraje a la derecha de la sociedad mexicana que propuestas de gobierno de corte moderado, al estilo de las democracias desarrolladas en Europa, particularmente las del norte de ese continente, son tomadas por una buena parte de los medios de comunicación y sus principales personeros, sobre todo los pertenecientes al duopolio televisivo (que ya no es sólo propietario de la mayor parte de los canales y sistemas de televisión, sino también de las principales cadenas radiofónicas) como algo menos que el programa de los comunistas, planteado por Karl Marx más de siglo y medio atrás.

Dos aspectos de su intervención, derivadas del ambicioso programa expuesto en su libro “Nuevo Proyecto Alternativo de Nación”, llamaron la atención para reflexionar con los lectores: Su postura respecto a la ola de violencia y la referente a la explotación minera en el país, pero fundamentalmente en Chihuahua.

Y las dos son un clarísimo ejemplo de cómo sus propuestas, de un bajo perfil, típicas de los países capitalistas desarrollados, encuentran innumerables rechazos viscerales de la derecha entronizada en el poder y de sus numerosos corifeos; de paso evidencian el lamentable giro a la derecha de una buena parte de la sociedad mexicana (por supuesto, muestra de una indudable falta de cultura política), así como del despojo del que ha sido víctima el país a manos de un pequeñísimo grupo de empresarios y de la clase política gobernante que, además, por si fuera poco, acude gozosa a entregar gigantescas porciones de la riqueza nacional al extranjero.

No podía haber mejor ejemplo de lo anterior que la explotación minera, en la cual Chihuahua ha despuntado en los últimos años, sobre todo en la obtención de oro –somos el segundo productor nacional– y en la cual se sigue el modelo nacional, es decir, entrega al capital extranjero de las muy ricas minas de oro –en este caso a las más grandes empresas mineras canadienses–, prácticamente sin costo alguno para las empresas, sin el cobro de impuestos, sin la exigencia de un mínimo de compromiso con la sociedad y sólo la entrega por parte de alguna de las empresas mineras asentadas en la entidad, de migajas, a cambio de las verdaderas fortunas obtenidas en la Tarahumara.

López Obrador fue tajante en esta actividad económica, como en Canadá, dijo, van a seguir trabajando, se van a respetar los convenios, nada más que van a tener que pagar mejores salarios, igual que en Canadá; les vamos a decir que cuiden el medio ambiente, como en Canadá; y les vamos a decir que paguen impuestos, como los pagan en Canadá, esa es la regla, así va a ser el trato. Como en Canadá.

Lo que pasa, aseveró, es que los gobiernos de las últimas tres décadas han entregado 25 millones de hectáreas del territorio nacional a las empresas mineras, casi todas ellas extranjeras, esa cantidad de terreno representa el 12% del territorio nacional, es la enajenación más grande desde el gobierno de Porfirio Díaz, criticó severamente el ex candidato presidencial en lo que fue uno de los planteamientos más cercanos a las condiciones particulares de una parte de la actividad económica chihuahuense, en la que deberemos reflexionar seriamente.

¿Son propuestas comunistas? ¿Cómo lo van a ser, si son la norma en Canadá?

Que un político de oposición en México retome esas propuestas, simplemente revela el grado de salvajismo con el que es gobernado un país en el cual se refugian –para mantener altas tasas de utilidad, de explotación, dirían los clásicos del marxismo– empresas que en sus países de origen deben aportar más recursos para el mantenimiento de los estándares de vida de aquellas naciones.

Es decir, igual que 500 años atrás, la explotación de los recursos naturales de nuestros países sigue incólume, y ahora peor, con la anuencia de los gobernantes. Tales temas podrían considerarse ajenos a la ola criminal que nos asuela, pero sin duda alguna se encuentran en el origen de la misma, incluidos los altos niveles de corrupción; de lo contrario no podría explicarse el cambio de la normatividad en la industria minera, realizada en el gobierno de Salinas de Gortari, mediante la cual desaparecieron, prácticamente, las obligaciones fiscales de las empresas mineras y se abrieron fantásticas expectativas de elevadas tasas de utilidades para su ingreso al país.

Y luego, las autoridades de todo tipo se desviven en otorgarles el máximo de facilidades al grito de que vienen a crear algunas fuentes de trabajo. Está bien, pero como dice López Obrador, igual que en Canadá ¿A poco no cambiarían las cosas en las regiones en donde se encuentran enclavadas las riquísimas minas de oro, si se aplicaran medidas tendientes a otorgarle a los propietarios de ellas el mínimo de condiciones de bienestar, del mismo modo que en aquel país?

Porque podrán estar pagando salarios de lujo en estos momentos (de ninguna manera), pero que no se comparan con los exigidos –y otorgados– por los trabajadores canadienses, ni con las múltiples prestaciones laborales, así como en las ingentes sumas aportadas por las empresas para la preservación del medio ambiente, para cumplir con las muy estrictas regulaciones ambientales de aquel país.

Si los salarios y las prestaciones laborales otorgados por las empresas mineras canadienses asentadas en Chihuahua fuesen iguales a los otorgados en aquel país ¿Habría trabajadores mexicanos que optasen por emigrar hacia aquellos lares?

Las respuestas son obvias. Del mismo modo, si las condiciones en que viven los jóvenes mexicanos fueran semejantes a las de la juventud de esos países, con toda seguridad no estaríamos en medio de la peor crisis de seguridad pública de la historia contemporánea.

De este modo, del tan traído y llevado radicalismo del más importante dirigente de la izquierda mexicana, no hay tal, sus propuestas son lo más parecido a lo existente en los países desarrollados en los que se han impuesto una serie de condiciones al capital privado, sin plantearse, para nada, su expropiación, que lleven al establecimiento de los estándares de vida que tanto les envidiamos los habitantes de los países subordinados.

Lo que sucede es que el contraste entre aquellos modos de vida y el nuestro, en que la diferencia es la marcada tendencia a aceptar la declinación del Estado mexicano de sus principales obligaciones, una de las cuales, de las más importantes son las del establecimiento de impuestos a las actividades productivas, la regulación de las relaciones obrero-patronales que lleven al establecimiento de condiciones de estabilidad laboral y, sobre todo, la obtención de los recursos necesarios para su mejor desempeño en el otorgamiento de los bienes a los que todo Estado moderno (democrático) está obligado.

Del mismo modo, en el tema de la seguridad pública, López Obrador mantiene una postura diametralmente opuesta a la de Felipe Calderón, y como la mayoría de los analistas y especialistas en el tema del narcotráfico, puso el acento, para intentar resolver la actual situación, en que no bastan las medidas coercitivas, porque “creen –dijo– que van a resolver el problema nada más con soldados, marinos, policías, con cárceles, con amenazas de mano dura; nosotros pensamos distinto, que la paz y la tranquilidad son frutos de la justicia; si hay trabajo, si hay oportunidades, si se atiende a los jóvenes –que se les ha abandonado– podremos enfrentar el flagelo de la violencia. Lo primero tiene que haber es empleo, que haya bienestar y (luego) atender a los jóvenes, porque las cárceles están llenas de ellos; la mayoría de los 40 mil muertos son jóvenes en esta guerra estúpida, hay que ir casa por casa ofreciéndoles oportunidades de empleo a los jóvenes. Podrán decir que eso es imposible ¡Pues es la única manera de empezar a resolver el problema de la inseguridad y la violencia”.

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