martes, 28 de junio de 2011

¿Cómo dialogar si no escucha?

El Diario, 26 de junio de 2011
Luis Javier Valero Flores
Imposible vertebrar un movimiento con afluentes tan distintos, prácticamente en todo; así se preveía desde los distintos actos de la Caravana de la Paz con Justicia y Dignidad. Un eje los unía, el dolor causado por la pérdida de un ser querido. Y en ese sufrimiento estaban hermanados. La diferencia entre el antes y el después fue la personalidad de Javier Sicilia, integrante de una de las corrientes progresistas al interior de la iglesia católica, participante de las extensas redes de quienes se identificaron en su momento con la teología de la liberación y quien saltó al escenario nacional convencido de que era necesario pasar del dolor individual a la conciencia nacional, así fuera desde del ámbito de las creencias religiosas.

De ellas no se ha desprendido, de ahí el gesto de regalarle a Felipe Calderón un escapulario, aceptado por éste con mucho gusto.

Si bien la definición del rumbo del Movimiento por una Paz con Justicia y Dignidad importa –y mucho–, así como la resolución de las diferencias entre el grupo de Javier Sicilia y la mayoría de las organizaciones chihuahuenses –tanto de Juárez como de la capital del estado–, dos posturas de Felipe Calderón destacan sobremanera y llevan a la conclusión que nada lo hará cambiar de opinión, así infinidad de voces le insistan en lo equivocado de su estrategia en el combate al tráfico de drogas y a los cárteles involucrados.

Ante la más vívida representación de los dolientes de la masacre que azota al país, exponentes de una racionalidad por encima de la media, Calderón se conmovió por momentos, pero ni eso le arrancó el menor gesto tendiente a aceptar que su estrategia está equivocada, peor aún, en sus respuestas al poeta develó cosas aún peores de su capacidad de conducción en asunto tan vital para el país.

En lo que fue una reedición –por supuesto con sus diferencias– del primer encuentro sostenido con representantes de la sociedad juarense a principios del 2010, con motivo de la masacre de Villas de Salvárcar, Felipe Calderón debió enfrentar el reclamo de los dirigentes del movimiento encabezado por Sicilia que le exigió la desmilitarización de las tareas policiales; el combate frontal a la corrupción en las instituciones de procuración de justicia y en las corporaciones de la fuerza pública; la persecución de los sectores empresariales vinculados al narcotráfico; la despenalización de ciertas drogas, y acciones efectivas en materia de educación, salud y empleo y que le criticaron acremente por haber puesto en vigor una serie de medidas que lejos de erradicar o reducir la violencia, la han aumentado.

Más. Erradicar el uso abusivo del fuero militar. Crear un auditor policiaco independiente de la Policía Federal, asignar a la educación los mismos recursos que a seguridad y no mantener privilegios de la “maquinaria electoral llamada SNTE”.

Y fue en sus respuestas a los reclamos del poeta en las que evidenció diáfanamente sus concepciones. No son agradables. Ante la petición de Sicilia de que pidiera perdón por los 40 mil muertos, Calderón mostró su desprecio por la mayoría de quienes cayeron como fruto de los enfrentamientos de los cárteles, le respondió a Sicilia que pide perdón, pero “por no proteger la vida de las víctimas, estoy arrepentido –dijo– de no haber enviado antes a las fuerzas federales a combatir criminales que nadie combatía, porque les tenían miedo o porque estaban comprados por ellos”.

Ahí se evidenciaron dos mundos, en tanto que Sicilia mostraba su pesar por la muerte de 40 mil personas, independientemente de su involucramiento o no con el crimen organizado, Calderón evidenció el mismo marco conceptual de quienes mostraban su regocijo ante las cada vez más frecuentes ejecuciones, allá por principios del 2008, y alegaban que debíamos dejarlos que se “mataran entre ellos” –no digan uno más, sino un malandro menos–.

Nada más que tal postura del gobierno y de los mandos militares –y ahora sabemos que procede del mismísimo jefe de las fuerzas armadas– produjo lo que en el salvaje argot militar se denominan “daños colaterales”, que no son otra cosa que vidas humanas perdidas en la confrontación bélica y que no formaban parte del conflicto.

Ante eso el poeta le preguntó: “¿les parecemos bajas colaterales?”.

Y fue más allá, porque sus concepciones así se lo dictan. Dijo que “Independientemente de la culpa de los criminales, el Estado también es corresponsable junto con los gobiernos de las entidades de los 40 mil muertos, miles de desaparecidos y huérfanos… Ustedes, señor Presidente, son responsables de haber declarado una guerra contra un ejército que no existe, porque está formado por criminales y sin haber hecho una profunda reforma política y el saneamiento de instituciones… Aquí, señor Presidente, vea bien nuestros rostros, busquen bien nuestros nombres, escuche bien nuestras palabras. Estamos una representación de víctimas inocentes. ¿Le parecemos bajas colaterales, números estadísticos, el uno por ciento de los muertos?”

Pero si lo anterior revela nítidamente la pobreza conceptual de Calderón para combatir al narcotráfico, que llevó al país a la peor crisis de seguridad pública, sus respuestas a las aseveraciones de Sicilia en relación a la detención de Jorge Hank Rhon son para poner los pelos de punta; luego de justificar la actuación del Ejército Mexicano, aseveró que no fue de su conocimiento al momento de su realización.

¿Usted le cree a Calderón?

Dijo discrepar de la decisión de la jueza Blanca Evelia Parra Meza que ordenó la liberación del ex alcalde de Tijuana y luego mostró, a plenitud, no solamente sus opiniones, que si fueran solamente expresiones no habría mayor problema, lo grave es que esas opiniones se han traducido en políticas de gobierno y acciones de las fuerzas militares y policiacas. Entre sus palabras y las emitidas por el ya célebre Gral. Jorge Juárez Loera no hay diferencia. (Quien sostuvo que la orden de cateo era su mazo).

Calderón adujo, para argumentar su oposición a las resoluciones de los jueces del caso Hank Rhon que desecharon las acusaciones debido a la ilegalidad de la detención y a la ilegal recopilación de las pruebas, efectuadas sin órdenes judiciales de cateo y aprehensión, “y además, aquí la tontería, digamos, es qué torpeza del gobierno. A lo mejor, a lo mejor había que decirle al Ejército no persigas, hay que hablar con el Ministerio Público para obtener una orden de aprehensión y una orden de cateo, para que la libere el juez. A ello, añadir que el indiciado va a pedir amparo, porque dice, ‘¿a mí por qué me persigues?’ A lo mejor pudo hacerse, pero ¡que no valgan las pruebas, ¡QUE SE DIGA QUE PORQUE ES DUDOSA LA MANERA EN QUE SE ENTRÓ A LA CASA NO TIENEN VALOR PROBATORIO” (Mayúsculas de LJVF).

¿Qué les costaba a las fuerzas militares rodear la finca de Hank Rhon, impedir que nadie entrara o saliera en tanto llegaba la orden del juez para efectuar el cateo? ¿Por qué tanta prisa por detenerlo?

Y en esas respuestas encontraremos el verdadero origen de la infinidad de excesos y abusos de las fuerzas policiacas y militares. El depositario del Poder Ejecutivo de la Nación está reclamando como válido el rompimiento del orden legal establecido. Si alguna respuesta esperábamos de Felipe Calderón, tendiente a cambiar, a mejorar la estrategia, ya tenemos la respuesta; está dispuesto a todo, sin importarle si rompe el marco legal del país, que ha establecido el estado de sitio –de facto– en numerosas zonas del país y que todavía le reclama al Poder Judicial que éste actúe conforme a la ley.

El señor es abogado y de una escuela, sí, de derecha, pero reputada como formadora de buenos profesionales en materia de Derecho, de ahí que no se pueda alegar desconocimiento jurídico (y menos llegado a esa instancia del poder público en México).

De ninguna manera podemos aceptar que fue “dudosa” la manera en que el ejército entró a la casa del millonario priísta. Aceptar tal versión, mentirosa en el mejor de los casos, sería como convalidar las numerosas violaciones a las normas legales cometidas por las fuerzas federales y otorgar un permiso ilimitado a que se efectúen en todo el territorio nacional, sin más restricciones que la discrecionalidad de los mandos policiacos y militares.

Y eso es absolutamente inaceptable e infinitamente más grave que el tono religioso imprimido al diálogo, tanto por Sicilia como por Calderón, y la imposición e intercambio de rosarios; tal actitud forma parte, evidentemente, de una concepción religiosa dispuesta a otorgar el perdón, pero que en el ámbito de lo público, perdonar puede ser válido pero que quienes trasgredieron el marco legal y ofendieron a la sociedad deberán asumir sus responsabilidades, y eso es parejo, o debiera serlo.

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