jueves, 9 de junio de 2011

Caravana del dolor

El Diario, 9 de junio de 2011
Luis Javier Valero Flores
Ayer por la noche llegó a la ciudad de Chihuahua la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezada por el escritor Javier Sicilia. Hoy lo hará a Juárez –el centro del dolor nacional, le denominó el poeta– después de haber celebrado sendos actos en varias de las principales ciudade,s en las que durante los últimos cuatro años se ha enseñoreado la violencia, en sus más crudas manifestaciones.

Del largo periplo efectuado por los cerca de mil participantes de la caravana, probablemente sólo queden fuera ciudades como Culiacán, Acapulco, Nuevo Laredo, Tepic y Tijuana, entre las que han presentado las más negras estadísticas, pero con las expresiones vertidas por quienes acudieron a los actos de la caravana, podemos concluir que esta es la expresión más grande de dolor que los mexicanos hayamos protagonizado o visto a lo largo de nuestra historia.

Los relatos recogidos por Sicilia y sus compañeros revelan la profundidad de la tragedia vivida, y develan, tanto la inoperancia de las agrupaciones policiacas, como del fracaso absoluto de la estrategia desarrollada por el gobierno federal en contra del crimen organizado, especialmente en la modalidad del narcotráfico, así como los elevados niveles de corrupción existentes en todas las corporaciones policiacas y los desencuentros de los funcionarios federales integrantes del gabinete de seguridad pública, sobre todo entre el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, y la cúpula militar, revelados en toda su magnitud por los funcionarios norteamericanos, en los reportes de éstos a sus jefes inmediatos del Departamento de Estado, a cuya cabeza se encuentra la ex aspirante presidencial Hilary Clinton.

En Chihuahua seguramente no cambiará la tónica, los relatos de los familiares de las víctimas pueden llegar a abrumar, no por su repetición, sino por las cantidades de dolor (si podemos usar una semejante expresión para describir estas manifestaciones) acumuladas en estos largos tres años y medio de la guerra sostenida en nuestro territorio por los cárteles del narcotráfico, y el combate de las fuerzas policiacas a la delincuencia.

Y ese dolor, por desgracia, no es solamente de los deudos de la guerra de “los señores de la muerte”, como los denominó Sicilia, sino también de los delitos cometidos por estos en contra del resto de la sociedad y de los provocados o realizados por las fuerzas del orden, de tal magnitud que han provocado la más amplia corriente de rechazo a las capas gobernantes, a la clase política, a las agrupaciones policiacas y, sobre todo, a los delincuentes que han roto todos los límites sostenidos por ellos hasta antes de esta ola de violencia.

Los efectos de las políticas económicas depauperadoras se habían manifestado en prácticamente todas las naciones subordinadas, pero en ninguna en las magnitudes que como ahora se manifiestan en México; vamos, ni siquiera en Colombia la tragedia producida por los señores de la muerte y la acción gubernamental adquirió los niveles de la nuestra. Aquí se unieron dos factores, a cual más de explosivos: el de la inmensa explotación de las clases hegemónicas sobre las subordinadas, y el del tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

Esta sí es la tormenta perfecta: Miseria galopante, desempleo masivo, altas tasas de desigualdad social; y lucha de los grupos criminales por las rutas y territorios del tráfico de drogas. Si algún ingrediente faltara ahí está la irracional terquedad de la clase gobernante en mantener una política económica depauperizante, no solo de los individuos sino del total de la sociedad.

Y luego debemos agregarle el incesante salvajismo de los señores de la muerte (y en muchos casos de elementos de las agrupaciones de seguridad pública). Contra todo se alza el esfuerzo de hombres como Sicilia, que pueden concitar el más amplio respaldo de la sociedad mexicana, porque no se trata solamente de compartir el dolor, que es mucho, sino de transformarlo en propuesta de vida, de rehabilitación, de esperanza, de regenerar en la sociedad las más elevadas aspiraciones y sobreponernos a todo lo anterior y a todos los que, con sus acciones y otros con sus omisiones, se oponen.

Es de tal trascendencia –o puede serlo– la movilización que hoy toca a Chihuahua que otros asuntos, extremadamente candentes, deberán esperar turno para compartir puntos de vista. Por lo pronto, bienvenidos caravaneros, constructores de la paz, con mucha dignidad y más justicia.

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