martes, 31 de agosto de 2010

Emergencia en Chihuahua

El Diario, 31 de agosto de 2010
Luis Javier Valero Flores
Con el más sentido pésame al compañero Guillermo Terrazas, quien transita por el dolor de perder a su hijo, Gerardo Arturo Terrazas Valverde

Las noticias corrían de a poco y luego de a mucho; los relatos de asaltos, robo de vehículos a mano armada; los rumores de llamadas telefónicas de extorsionadores a domicilios crecían, se hacían realidad, (¿cuántos cayeron?) y luego aparecieron las efectuadas a los negocios relacionados con la recreación, bares, antros y restaurantes.
A tal grado creció la semana pasada que mereció el titular de ocho columnas de El Diario, edición Chihuahua, del domingo anterior –Cierre masivo de negocios en Chihuahua por amenazas de sicarios– que recogió el sentir e información de numerosos empresarios de esos ramos, los mismos que, aseguraron, habían cerrado alrededor de 47 empresas por esa razón.
Al mismo tiempo se desarrollaba la peor ola homicida jamás conocida por los capitalinos, ante la cual, como sucede en todos lados, poco parecen hacer las autoridades de todos los niveles. Podemos asegurar que las condiciones de seguridad pública son ahora peores que las presentadas en el 2008 cuando, durante varios fines de semana, corrieron numerosos rumores de supuestas balaceras que se desatarían, sobre todo, en los centros nocturnos de la ciudad de Chihuahua.
Ahora es peor, en las capas medias y medias altas de la ciudad de Chihuahua los relatos del robo del vehículo, a mano armada, forman parte del recuento diario de cualquier círculo social de ellas.
Lo sorprendente es que tales hechos delictivos no merecen de la autoridad ninguna atención, más allá de la recopilación de los datos numéricos acerca de tal delito, pero de ahí a informarles a las víctimas del avance de las investigaciones acerca del paradero de sus vehículos, nada.
Lo mismo sucede, por desgracia, en la escalofriante acumulación de caídos por todos los rumbos de la ciudad, hasta dan ganas de proponer, como una protesta de la sociedad, que el 2 de noviembre se coloquen veladoras ahí en donde cayeron las víctimas de la violentísima guerra de los cárteles escenificada en nuestra entidad.
Porque al paso que vamos, proporcionalmente, la ciudad de Chihuahua se encontrará en las mismas condiciones de Juárez. ¡Qué tarde nos vinimos a dar cuenta de la irracionalidad de la frase “Déjenlos que se maten entre ellos, al cabo son puros “malandros”!
Que la sociedad se hiciese a un lado ante la matazón, es justificable y más que razonable, no estamos preparados para enfrentar a las bandas delictivas, pero que las fuerzas del orden se hiciesen a un lado y permitieran –o peor aún– que lo alentaran, es inaceptable.
Permitir que las calles de nuestras ciudades se convirtieran en campos de batalla (y siempre desigual, nunca de frente, siempre a mansalva, a traición, con ventaja, sin ninguna regla, simple matazón) era alentar el clima de impunidad y abrirle el espacio a las bandas de sicarios para que obtuviesen recursos económicos por vías alternas, por la vía del secuestro, del robo y de la extorsión, amén de impulsar, tal impunidad, el resto de los delitos del orden común.
Ahora lo estamos viviendo, todo lo que algunos predijeron se está cumpliendo, no sólo al pie de la letra, más lejos, en una realidad que supera cualquiera de las películas de enfrentamientos de bandas criminales.
La crueldad y la sevicia crecen con los días, también el temor, la zozobra y ante esa realidad se aprecia el pasmo gubernamental. Tenemos en la capital del estado una situación parecida a la de Juárez hace dos años y medio. Luego se agravó ¿No puede pensarse que es previsible que devenga del mismo modo en Chihuahua?
Si se puede prever, ¿por qué no tomar medidas encaminadas a evitarle, a poco más de 800 mil ciudadanos, el horror vivido por los juarenses?
La actual situación es de una extremada emergencia. Algunos lo previeron, el espacio entre la elección del gobernador y la toma de posesión podría convertirse en el mejor momento para que se recrudeciera la ola criminal, por desgracia fue así.

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