jueves, 2 de agosto de 2012

Despertar de la pesadilla, ¿a la de antes?

El Diario, 2 de agosto de 2012 Luis Javier Valero Flores La innegable reducción de las ejecuciones en Juárez, y en general en la entidad –aunque en algunas zonas se conserven, o incluso hayan aumentado, como es el caso del municipio de Meoqui– no puede llevarnos a tañer las campanas alegremente; la onda violenta sigue presente en el estado grande de México, no con la intensidad de los pasado años, pero sí con la suficiente como para mantener en guardia a una sociedad harta de tanta sangre e inseguridad pública. Aparentemente esta es la primera ocasión en que las cifras a la baja, informadas por las autoridades –particularmente las federales–, sí coinciden con la realidad. Primero fue Alejandro Poiré, hoy Secretario de Gobernación, quien habló de una sensible baja en los homicidios relacionados con el crimen organizado en su modalidad de tráfico de drogas. En esas cifras fue seguido por el gobernador, César Duarte Jáquez, y el martes por el Fiscal General, Carlos Manuel Salas, quien habló de una disminución del 75% en el número de ejecuciones en todo el estado de Chihuahua, del 2010 al 2012, al comparar el número de ellas presentado en los meses de mayor incidencia –octubre y agosto de 2010 con 628 y 625, respectivamente– con los acaecidos en el mes de junio –165– (Nota del Staff, El Diario, 31/VII/12) con lo cual comete el mismo error de Felipe Calderón, cuando vino a decirnos que la baja era del 60% y no era tal pues comparaba un mes de alta incidencia con otro de la más baja. Si bien son ciertas las cifras ofrecidas por el fiscal, deberán tomarse con cautela y esperar a que termine el año para poder efectuar evaluaciones más consistentes, de períodos más largos en los cuales, efectivamente, todos los factores que se dice contribuyeron a la baja influyan en el mantenimiento de dicha curva descendente y no vaya a ser un fenómeno temporal. Sin embargo, no todo es el regreso a la “normalidad” de antes, otro conjunto de delitos de altísimo impacto, como las extorsiones, el secuestro y los robos de vehículos a mano armada se mantienen en niveles altos –no con la intensidad del pasado reciente, es cierto– pero elevados. Pero hay dos aspectos, íntimamente ligados, a los que no se les ha dado respuesta y que de continuar así pueden llevarnos a que cualquiera día de estos nos amanezcamos, nuevamente, con una ola homicida como la reciente. El primero de ellos es que nadie ha sabido explicar cómo fue posible, si la reducción de los asesinatos se puede atribuir a la acción gubernamental, que a pesar del elevado número de elementos de seguridad presentes en Juárez en los tres primeros años, la violencia no solo no disminuyó, sino que se acrecentó, y que cuando disminuyen esas fuerzas –y peor aún, cuando salen de la ciudad el mayor número de ellas– de inmediato baja la ola homicida. ¿Sería que los elementos oficiales vinieron a contribuir de manera importante a tales cifras de espanto, en una especie de operación “limpieza”? Es imposible no plantearse tal cuestión pues, al parecer, la estructura del tráfico de drogas sigue intacto –no ha habido una crisis de desabasto en Estados Unidos–, siguen fluyendo “normalmente” y los precios de ellas en las calles, porque hubiesen aumentado de costo, no se han convertido en materia noticiosa. Es decir, precio y cantidad siguen igual ¿Y entonces? Además, Juárez seguirá siendo la “frontera más bonita de México”, esto es, seguirá siendo frontera (a menos que invadamos EU, o que ellos decidan cambiarnos los límites fronterizos) y por lo tanto seguirá siendo paso obligado, en ambos sentidos, de toda suerte de mercancías, legales e ilegales y durante todos estos años no se sentaron las bases para una transformación radical de las condiciones sociales de esta ciudad fronteriza, para lo cual muy poco ha contribuido el último de los programas sociales de los gobiernos federales emanados del PAN, “Todos somos Juárez”. Y si nada ha cambiado, si nadie se atreve a realizar el diagnóstico verdadero por el cual disminuyó la violencia homicida, si la realidad social no ha cambiado, ese es el segundo aspecto, entonces, cualquier día de estos nos amaneceremos con el regreso a la realidad del antiguo Paso del Norte (y por extensión a todo el estado de Chihuahua) y nos encontraremos, como en todas las guerras, que la muerte de decenas de miles no sirvió para nada. Bueno, sí, para incrementar el sufrimiento de los más marginados de la sociedad. ¿Y eso, a quién le importa?

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