domingo, 10 de julio de 2011

¿Estamos frente al futuro?

El Diario, 10 de julio de 2011
Luis Javier Valero Flores
Con un fuerte abrazo solidario a Juan Enrique López Aguirre por la dolorosa pérdida de su señor padre, Don Juan López Gracia.

El triunfo del PRI en la elección gubernamental del Estado de México era previsible, incluso para los contendientes de Eruviel Ávila; lo que no lo era es que las diferencias en la votación fuesen abismales. El domingo anterior, panistas y perredistas sufrieron una derrota apabullante. A pesar de la justificación de que las cifras abstencionistas fueron elevadas (57 por ciento del padrón electoral no fue a votar), las diferencias entre el candidato priísta y el del partido en el gobierno, Luis Felipe Bravo Mena, y el del PRD, Alejandro Encinas, son superiores a las peores expectativas que pudiesen haber albergado estos. Cincuenta puntos en el caso del primero y 40 en el segundo pudiesen entenderse en una elección realizada en cualquier entidad con antecedentes de una hegemonía sostenida del PRI, no en el Estado de México.

Como en todos los procesos electorales, el resultado es producto de innumerables factores. Podría decirse –como de hecho lo sostuvieron en la semana diversos analistas– que todas las elecciones son distintas y que la del domingo pasado no puede concebirse como el adelanto de la elección presidencial.

Podría coincidirse en tal opinión, el problema estriba en que las elecciones mexiquenses vienen a reforzar la tendencia favorable al PRI, presente casi desde el momento en que Felipe Calderón tomó posesión. En este lapso perdieron importantísimos bastiones: Aguascalientes, Mérida, Chihuahua, el corredor “azul” del Estado de México, entre otros, además de gruesos porcentajes electorales.

En cada proceso electoral se apreciaba la tendencia a la baja del PAN, y por el contrario, a la alza el PRI.

Ahora ya tenemos elementos para afirmar que la mayoría del electorado ya ejerció el voto de castigo al gobierno federal; así lo dicen los resultados de las elecciones locales, la federal del 2009, la cuasi elección nacional local del 2010 y las celebradas el domingo anterior. Porque no fue solamente la derrota mexiquense, también en Coahuila y Nayarit, de menor repercusión por obvias razones, pero igualmente apabullantes.

Además de contar con el padrón más grande del país, el Edomex sí cuenta con una población cuyo comportamiento electoral puede tomarse como referencia del nacional, de tal manera que elaborar un pronóstico favorable al PRI en las elecciones del próximo año tiene muchos fundamentos. Pueden ser distintas las elecciones, pero ¡ah como cuenta partir de una base de tres millones de votos Es decir, los alcanzados por Ávila que, con mucha razón, se le pueden “otorgar” a Enrique Peña Nieto.

En esa suma y resta de factores para explicarnos los resultados electorales del pasado domingo deberán anotarse dos como los más destacados: El rechazo de la mayoría de la población al gobierno de Calderón (sus calificaciones en todas las encuestas sobre su desempeño son abajo del 50 por ciento), en general, y en particular en materia de seguridad pública en donde la absoluta mayoría concluye que el gobierno federal, no sólo ha equivocado su estrategia sino que ha perdido la guerra contra el crimen organizado, y su injerencia en el partido en el cual ha influido decisivamente en la designación de dirigentes nacionales y candidatos.

Con un Consejo Nacional integrado en un 70 por ciento por funcionarios del gobierno federal, Calderón pudo influir decisivamente en la designación de Germán Martínez Cáceres, primero, y luego de César Nava, con el agravante de que éste venía desempeñarse como su secretario particular, misma función que desempeñaba Bravo Mena hasta antes de convertirse en el abanderado panista en la elección mexiquense.

Podrá argumentarse que no es el caso de Gustavo Madero, pero las crónicas, y las fotos, sobre la elección en el Consejo Nacional fueron altamente ilustrativas del protagonismo de Margarita Zavala, la esposa de Calderón y nadie puede, a estas alturas, decir que ambos personajes se conducen en la vida política sin coordinación alguna, al contrario. Si a alguien se le puede reclamar por la conducción del partido será sin duda alguna a Felipe Calderón, pero no solo.

¿Son puras deficiencias del partido en el poder las explicaciones de su derrota? Por supuesto que no, importa, y mucho, la capacidad del PRI para mantener su unidad en la designación de candidatos, no mantenerla explica su derrota en Sinaloa y Puebla el año anterior (Oaxaca deberá ponerse aparte, el desgaste del grupo gobernante y el hecho de venir de una rebelión trunca, que eso fue el fenómeno del 2006, explican bien el triunfo de la alianza opositora) y no tanto porque la alianza de PAN y PRD haya venido a catapultar el triunfo de sus candidatos.

Ahí el PRI perdió porque se dividió. Pero en Estado de México el PRI cuenta con una sólida estructura, cimentada, sí, en la política clientelar de siempre, de una magnitud que asombra, por la cantidad de recursos empleados en ella. Y si le aunamos la alianza del gobernador Peña Nieto con el duopolio, en especial el de la empresa de Emilio Azcárraga, en la que participan varios de los más poderosos hombres de negocios de México, además de la principal firma refresquera del mundo, concluiremos que no es, por tanto, la simple decisión de la empresa televisiva de apoyar al mexiquense en su pretensión de ungirse Presidente de la República.

No era una elección estatal más, en ella se jugaban muchas cosas. Y todas las fuerzas políticas se emplearon a fondo. Los priístas llegaron al extremo de aprobar la elevación de un punto al IVA, con tal de que Calderón se comprometiese a no impulsar las alianzas electorales en Oaxaca y Edomex. Como corsarios que se reparten el botín, acordaron, en función de sus muy particulares intereses, puestos por encima de los de la nación, a pesar de todos los discursos que nos espetan, afectar la economía de millones.

Luego, ante el rompimiento de su compromiso, por parte de los panistas, Peña Nieto, en el mejor de los ejemplos de cuando el PRI era el partido “casi único”, modificó la ley electoral para prohibir las candidaturas comunes, figura que podrían haber utilizado PAN y PRD para eludir el engorroso proceso de la coalición electoral y así, sin compromiso partidario alguno coincidir, si así los condujeran los acontecimientos, en apoyar a uno de los candidatos.

Un aspecto en particular logró consolidar el triunfo del PRI, la designación de Eruviel Avila, no integrante del grupo hegemónico en ese partido en Edomex, quien gozaba de los más altos niveles de preferencias electorales, por encima de quien se consideraba como el favorito del grupo Atlacomulco, Alfredo del Mazo. La experiencia sinaloense les sirvió, cuentan que de no haber designado a Ávila, corrían el riesgo de que a éste lo sedujeran panistas y perredistas y, entonces sí, se repitiese el escenario de Sinaloa, Durango, Puebla y Oaxaca del año anterior y romper de esa manera con las condiciones que han hecho posible la permanencia de la tendencia nacional.

Hay un factor más. Es de tal magnitud el desastre nacional en materia de seguridad pública que la mayoría de los electores “se corren” a las posiciones más conservadoras, en esa orientación influye, también, la inseguridad económica que a pesar de la estabilidad macroeconómica tan alardeada por los panistas, no se traduce en más empleos y mejores salarios, por el contrario.

Tales factores son, quizá, los más importantes en la construcción de tal tendencia electoral en la que el PRI con mucha frecuencia está alcanzando porcentajes superiores al 50 por ciento de los votos, incluso en Nayarit, elección que se tomó como “disputada” y que en los hechos nos mostró que el candidato priísta casi obtuvo la mitad de los votos (48 por ciento).

¿Es un PRI renovado, democrático, moderno, de izquierda (como dijo Beatriz Paredes) el que parece regresar a Los Pinos?

Por desgracia, no, lo hace con la mayor parte de sus peores métodos, quizá, esos sí, renovados, pero lo hace de la mano de los poderes tácticos, realizando en cada una de las entidades, con mayor o menor intensidad, elecciones auténticamente de Estado.

Tan significaba la mayor de las importancias para el priísmo nacional que este se abocó en masa a apoyar en cada una de las secciones electorales, y si no, que lo desmientan los diputados locales chihuahuenses, los cuadros operativos del PRI juarense, y de infinidad de dirigentes de todos los niveles, de todo el país. Se jugaban el futuro inmediato, así lo entendieron.

Si podemos, si los acontecimientos nos lo permiten, la próxima semana abordaremos, aquí, la actuación de la izquierda.

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