martes, 15 de febrero de 2011

Medios de comunicación en jaque

El Diario, 15 de febrero de 2011
Luis Javier Valero Flores
A las múltiples consecuencias de la guerra declarada por Felipe Calderón al narcotráfico (sí, ya sabemos que se desdijo de un hecho incontrovertible) se sumaron muy tempranamente los embates de los grupos criminales a los medios de comunicación, y no solamente las agresiones físicas, mortales o no a numerosos periodistas en los muy diversos lugares de la geografía nacional.

Tales consecuencias se derivan de la existencia de una situación bélica, en la que quien la declaró no asume las responsabilidades de ese hecho y ha dejado en la indefensión, no solamente al total de la población civil sino también, y en los tiempos que corren es un asunto toral para la existencia de una sana vida democrática, a los medios de comunicación.

Las agresiones a los medios de comunicación han sido de todo tipo, desde la simple llamada a las redacciones para intentar determinar el contenido de la información a publicar, como el de amenazar a quienes recopilan y/o redactan la información, así como para quienes opinan sobre los eventos cotidianos de nuestros días, lo que ha motivado la aparición de distintas prácticas con el objeto de proteger la integridad física de los trabajadores de los medios de comunicación, así como a los mismas empresas de este ramo.

Pero no solo en esos aspectos se pone en tensión a los medios de comunicación, hechos como el de la difusión del video de la tortura aplicada al abogado Mario González Rodríguez ponen en el tapete de la discusión el dilema de hacerlo o no, como bien lo ha planteado El Diario, edición Juárez, medio que lo hizo en su portal digital.

¿Debió publicarse el video de la tortura aplicada a Mario González Rodríguez?

Las estrujantes, salvajes e inhumanas imágenes ponen en el tapete de la discusión los límites de la libertad de prensa y de expresión, así como la orientación de los contenidos de los medios de comunicación, cuyo papel en la conformación de la personalidad ciudadana es fundamental y en la cual se deja de lado que en esa conformación juega un papel determinante la televisión, medio privilegiado por excelencia por la élite en el poder y a la cual no se le marcan, como sí sucede en el mundo desarrollado, algunos límites o mecanismos para la mejor contribución de este medio a la formación equilibrada, adecuada de la niñez y juventud a las cuales se les debe formar en los mejores valores cívicos.

Por ello es de aplaudir la decisión de El Diario, edición Juárez, de convocar a “una mesa de intelectuales, académicos, expertos e interesados en el tema de la deontología periodística en la era digital, en un contexto de violencia que trastoca cualquier parámetro conocido con anterioridad”, con el fin de discutir la pertinencia, o no, de publicar videos como el ahora comentado, cuya existencia pone de relieve la enorme incapacidad gubernamental para acometer el fenómeno del tráfico de drogas y que ahora amenaza –Los norteamericanos dicen– a la existencia misma del Estado de Derecho, por lo menos en el norte de México.

Ejercer la libertad de expresión para pronunciarse por la publicación de documentos como el mencionado es irrenunciable, y los medios deberán –deberían– alertar a sus usuarios de los riesgos que conlleva el acceso a tales imágenes y documentos –tal como lo hizo El Diario respecto a la difusión del video en cuestión, al advertir prudencia a quienes accedieran a ese contenido– y actuar en consonancia con sus propias concepciones editoriales, atenidos a que serán los lectores quienes, con su preferencia o rechazo, determinen la justeza de las mismas.

Pero debatir sobre estos asuntos sería un asunto teórico si no fuese porque la realidad del México que nos tocó vivir, el del más acendrado salvajismo, nos ha llevado al límite de plantearnos asuntos como el ahora comentado.

Por ello duele la actitud persecutoria de la actual administración federal a las voces discordantes, o simplemente profesionales, como la de Carmen Aristegui que no ha hecho más que hacerse eco de lo sucedido en una sociedad tan agraviada como la nuestra.

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