martes, 22 de febrero de 2011

Cuasi renuncia

El Diario, 22 de febrero de 2011
Luis Javier Valero Flores
La solicitud de licencia, para militar en su partido, de Andrés Manuel López Obrador, en otro intento más por impedir la alianza del PRD y el PAN en las elecciones del Estado de México, pone al rojo vivo la posibilidad de la fractura final entre el ex candidato presidencial y el grupo hegemónico de la cúpula perredista.

Este hecho pone de relieve las agudas diferencias existentes al interior de ese partido, derivadas, no de las diferencias personales (es decir, individuales) de quienes las protagonizan sino de las muy diferenciadas posturas ideológicas y políticas entre Jesús Ortega (líder de la corriente hegemónica en el PRD, Nueva Izquierda, y presidente del comité nacional) y López Obrador.

Una es descollante, la diferencia de posturas frente al gobierno de Felipe Calderón, que se aprecia abismal y cuya génesis no es de ahora, sino que es continuidad de las adoptadas frente a los distintos problemas y hechos de la vida nacional.

Ortega decidió apostarle a lo que ha sido tónica de toda su vida política personal, es decir, a que el PRD actúe en función de ser una oposición leal, gradualista y frecuentemente elogiada por las cúpulas del poder económico y político, las que muy interesadamente le han dado en llamar la “izquierda inteligente” y la cual no tiene empacho alguno en pactar con Calderón.

AMLO, en cambio, decidió actuar como una fuerza opositora al actual régimen y desde ahí constituirse en una especie de freno a las políticas gubernamentales contrarias a la mayoría de la población e insistir en el carácter ilegítimo de la administración federal.

A lo largo del sexenio la confrontación ha sido casi en cada uno de los asuntos relevantes del país y en las definiciones políticas, pasando por la elección del presidente del comité nacional que, al igual que la elección presidencial, debió llegar al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), desde el cual la mejor amiga de Margarita Zavala, la ahora magistrada presidenta María del Carmen Alanís, presidió la sesión en la cual se le otorgó la mayoría a Jesús Ortega, en detrimento de Alejandro Encinas, en una más que cuestionable decisión.

Momento cumbre de tal confrontación fue la oposición de López Obrador a la reforma petrolera que pretendieron panistas y priístas concretar. La influencia del perredista detuvo la maniobra, obligó a Nueva Izquierda a recular en su intención de aprobarla, y al final logró la realización de un debate, como no se había dado en México, sobre tema tan trascendente. Fue una confrontación más.

Ya el año pasado la discusión sobre la conveniencia o no de realizar alianzas electorales en elecciones locales los enfrentó, sobre todo por la inminencia de la elección del Estado de México y la influencia que ejercerá en la presidencial del próximo año.

Ortega parecía llevar la delantera al lograr que el consejo estatal mexiquense aprobara la alianza con el PAN, pero López Obrador obtuvo que Encinas se pronunciara por la candidatura con el aval de Marcelo Ebrard y la declinación de Yeidkol Polevsky, así como la participación, en la comida del “destape”, del mismísimo Ortega.

Parecía finiquitado el asunto pues Encinas obtuvo un respaldo generalizado al tiempo que se pronunciaba en contra de la alianza con el PAN. López Obrador parecía el triunfador, no habría alianza. El último episodio parece llevar al cisma al PRD. Ortega obtuvo el respaldo del consejo nacional (su grupo es mayoría en él desde hace tres lustros, por lo menos) a la alianza y López Obrador pidió licencia. No se la darán, porque no hay, sólo queda la expulsión.

En el aire está, sin embargo, el futuro del PRD en las elecciones presidenciales. Parecería que López Obrador tiene razón en la estrategia de mediano plazo. Pueden ir aliados PAN y PRD en las elecciones mexiquenses, pero se disminuyen las posibilidades de la recuperación electoral del PRD en esa región, que tan importante lo fue para este partido en el pasado reciente.

Recuperar el electorado del oriente mexiquense (en el que gobernó varios municipios, entre ellos el populoso Nezahualcóyotl), del sur (que colinda con Michoacán y Guerrero) y desbancar al PAN del norte de esa entidad, conurbado con el DF (en el que gobernó el municipio más poblado, Ecatepec) parecería ser mejor meta, además de intentar ganar por sí solos la gubernatura, que ir a la zaga de las políticas de Calderón.

No deberá olvidarse que el padrón electoral mexiquense supera los 10 millones, cualquier fuerza política que alcance porcentajes cercanos al 30 de ese filón electoral estará encaminada a competir seriamente por la Presidencia de la República.

Ese es el fondo de la controversia.

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