domingo, 21 de marzo de 2010

Cicatrices, repetidores y retribuciones

El Diario, 21 de marzo de 2010
Qué llevó al PRI a optar por repetir como candidatos a las alcaldías de Juárez, Delicias y Cuauhtémoc a quienes ya lo habían sido? ¿Acaso sabrán –sobre preferencias electorales del momento– algo que los demás ignoramos? ¿Será que sus encuestas, al contrario de las realizadas y conocidas en los últimos meses del año pasado, muestran un acercamiento –riesgoso para los priístas– de los panistas en esas preferencias electorales?

Recordemos. De acuerdo con aquellas encuestas, la ventaja del PRI sobre el PAN era superior a los 20 puntos, sin embargo, de aquellas fechas a la actual han transcurrido diversos eventos que pudieran incidir de manera importante en las preferencias electorales, de los cuales, destaca sobremanera lo ocurrido en Juárez a partir de la masacre de Villas de Salvárcar, a raíz de la cual se han celebrado tres reuniones de Felipe Calderón con representantes de la sociedad juarense. El otro hecho de importancia es la designación, en el PRI, de César Duarte y el triunfo de Carlos Borruel sobre Pablo Cuarón en el PAN.

En fin, por lo que haya sido, la cúpula priísta optó por la repetición de Héctor Murguía en Juárez, de Israel Beltrán en Cuauhtémoc y Héctor Baeza en Delicias, en lo que parece, en los tres casos, la decisión de ir por los votos más seguros en un entorno en el que puede vaticinarse una notoria baja participación electoral, quizá no con la pronunciada tendencia mostrada a lo largo de las últimas dos décadas. Es decir, pareciera que el priismo entendió que la elección la ganará el “voto duro”, esto es, el integrado por quienes votan por los candidatos del partido de su preferencia, independientemente de quienes sean los candidatos y/o quienes, en todas las encuestas, aseveran haber votado en las dos últimas elecciones por un partido determinado y que, además, se dicen identificados con tal agrupación política.

Y si esa es la apuesta de los priístas, la del panismo será, de acuerdo con lo expresado por el diputado local Roberto Lara en el acto de Carlos Reyes, apostarle al voto “switcher”, esto es, a los indecisos, sabedores de la mayor fuerza del voto duro priísta.

Más aún, pareciera que, ante las reformas electorales, los priístas optaron por aquellos candidatos capaces de “llevar” a sus votantes, es decir, con mayor fuerza territorial. Y con tales características los mencionados llevaban la delantera a sus adversarios internos. Más aún, Beltrán y Baeza culminaron sus anteriores gestiones con altos grados de aceptación entre sus gobernados y la percepción mayoritaria fue que habían efectuado buenas gestiones.

No ocurrió lo mismo con Murguía. Sus detractores y sus seguidores lo atacan y defienden con similar ímpetu y, al contrario de sus compañeros, deberá arrostrar el hecho de contar con elevados porcentajes de rechazo entre los electores (es decir, de quienes, ante la pregunta de por quién nunca votarían, lo señalan sin ninguna inducción). Tales porcentajes pueden no poner en riesgo su triunfo, piensan los estrategas priístas, pero su participación sin duda se convertirá en uno de los aspectos más controversiales de la actual campaña electoral.

Una cosa argumentan los impulsores de Murguía, su “vasta” obra pública. Ese argumento es usado –hay que notificarles– por el total de los alcaldes de esta década (hasta antes de la actual crisis económica y los “agujeros” fiscales de Agustín Carstens) de todo el país, pues su gestión coincidió con los elevados precios del petróleo y, por tanto, el beneficio recibido de los excedentes petroleros, y las reformas legales a la elaboración del presupuesto federal que permitieron el acceso de gobiernos estatales y municipios a una mayor proporción de los ingresos federales, los llevaron a contar con cifras inimaginadas antes.

¡Pero, además, cuántos son los priístas responsables de ocultar, o tratar de hacerlo, de los enormes agujeros negros del desempeño de Murguía en su más reciente actuación en un cargo público ejecutivo!

Si las designaciones de Israel Beltrán y Héctor Baeza tienen el sustento de ser buenos candidatos (por lo menos en el papel), además del hecho de no haber aparecido como fuertes impulsores de la precandidatura de alguno de los que se quedaron fuera de la competencia, la de los candidatos a diputados locales, ¡vaya que es un inmejorable intento de cicatrización, por lo menos las de los distritos de Juárez y Chihuahua! La distribución de candidaturas los abarcó a todos –o casi todos–.

Así, en los espacios de Juárez, Murguía, Reyes Ferriz y Valencia ubicaron a los suyos en la posibilidad de alcanzar una diputación (y aún falta el reparto de regidurías) y en los de Chihuahua es notorio el origen del respaldo de cada uno de los designados.

Fernando Mendoza, el dirigente municipal, a su trabajo le aunó –aunque así no fuera– el apoyo de Graciela Ortiz, Secretaria de Elecciones del Comité Nacional; Francisco Salcido viene impulsado por Doroteo Zapata, el sempiterno dirigente de la CTM; Liz Aguilera, hija de Gonzalo Aguilera, trae el respaldo del sector popular; a Alejandro Domínguez se le ha identificado como pieza del ex alcalde Alejandro Cano y Ricardo Boone llega con el respaldo unánime (así se dice en la cúpula priísta) de los radiodifusores.

Y en el caso de la alcaldía de la capital del estado, muy pocos se aventuraban a apostarle a cualquier otro diferente al ex dirigente estatal, Marco Adán Quezada quien, al parecer, además del impulso del Gobernador Reyes Baeza, contó con la opinión favorable de César Duarte. En el camino se quedó el actual Secretario de Desarrollo Urbano, Carlos Carrera, a quien en los pasillos políticos –y en algunas columnas políticas de los periódicos digitales– se le ubicaba como la carta del candidato a gobernador.

Caso contrario lo fue el de Víctor Valencia, a quien no se le puede atribuir un mayor acercamiento con el candidato César Duarte y que podría reclamar no haber recibido la justa recompensa a su lealtad con el gobernador Reyes Baeza y su partido. Quizá su candidatura se cayó en la mañana siguiente a la masacre de Villas de Salvárcar.

En los más altos mandos del priismo y el gobierno estatal no se evaluó la importancia de tal matanza, –que a la postre se convirtió en la gota derramadora del hartazgo de la sociedad mexicana– y decidieron anunciar la definitiva separación de Valencia de la Secretaría de Seguridad (SSPE) y dar a conocer el nombre del sucesor, en tanto la opinión pública nacional e internacional se asombraba aún más por la gravedad de la masacre y ubicaba a la última de ellas como el parteaguas.

Pero independientemente de la evaluación que se deba hacer al desempeño de Valencia al frente de la SSPE, una cosa es altamente rescatable: Su lealtad a Reyes Baeza y a su gobierno, justo es reconocérselo, en tiempos en que muchos de nuestros políticos actúan, ahora más que nunca, midiendo de manera muy calculada los pasos que dan y los riesgos adquiridos; él aceptó dejar la representación del
gobierno estatal en Juárez por la muy riesgosa SSPE cuando ya la masacre de Juárez estaba en marcha.

Pudo rechazar el nombramiento de titular de la SSPE. No lo hizo. Sabía del enorme riesgo arrostrado al aceptar tal cargo, las consecuencias podían ser las que ahora presenciamos. Así fue.

Correr ese riesgo (más allá de las preferencias políticas y del balance de su desempeño en los distintos cargos a lo largo de su vida política) deberá reconocérsele. No hay muchos políticos que decidan correr tales riesgos, los pueden llevar, como es el caso, a perder la candidatura que más han anhelado.

Seguramente esta historia no termina aquí, hombre de partido, Valencia será ubicado en alguna otra responsabilidad y desde ahí, con toda seguridad, insistirá en alcanzar el puesto público que más le satisfaga.

Tan resfriado está el ex secretario de SSPE que en su registro, Murguía le dedicó una frase pletórica de mensajes: “Víctor, donde estés te mandamos nuestro compromiso. Donde estés, Víctor te mandamos un aplauso, un saludo del corazón, pero sobre todo nuestro compromiso”, al mismo tiempo que reclamó la necesidad de la unidad del PRI algo que Reyes Baeza había elogiado al aseverar que lo destacable de la designación de Murguía era “que se había logrado un acuerdo de unidad”, pero al registro del ex alcalde juarense no acudió Valencia y todavía hasta la fecha no ha declarado cosa alguna a la prensa.

¿Habrá cicatrizado la herida?

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