jueves, 11 de marzo de 2010

Contratos de “amor”

El Diario, 11 de marzo de 2010
Luis Javier Valero Flores
En medio de un mar de incertidumbres, a causa de los procesos designatorios de sus precandidatos de “unidad” a las alcaldías, fundamentalmente a la juarense, con la sorpresiva unción del ex alcalde y diputado federal, Héctor Murguía, la semana pasada la mayoría priista en el Congreso coincidió con sus compañeros panistas en uno de los asuntos más “importantes” para el rumbo de la nación: Las bodas homosexuales.
¡Híjole!
En un brillante momento de la actual legislatura, preocupados por el “virus” homosexual y lésbico que asola al país, nuestros legisladores se dieron el tiempo necesario –a propuesta del diputado panista, Roberto Lara- para secundar los llamados de la cúpula de la iglesia católica e hicieron una fervorosa exhortación “a los 30 congresos estatales para que el matrimonio civil sólo pueda concretarse entre hombres y mujeres” y de esa manera impedir que tan letal y contagioso virus pueda asentarse entre nosotros, los “muy hombres” y “muy mujeres” del Estado Grande.
¡Válgame!
Y luego nos asombramos de los pactos, ya no tan secretos, entre priistas y panistas para aprobar el presupuesto federal a cambio de impedir alianzas electorales.
Los mexicanos enfrentamos una realidad: Las diferencias ideológicas entre los militantes de ambos partidos –por supuesto en mayor proporción entre sus dirigentes- son cada vez menores, o de plano, inexistentes. En un primer orden, las coincidencias se dieron en el terreno económico, de ahí la amplísima coincidencia y aprobación de los panistas a las reformas económicas de la época de Miguel de la Madrid –la llamada reconversión industrial, de cuando decidimos abandonar el fortalecimiento de la industria de transformación para convertirnos en país de maquiladoras- y luego a las promovidas por Salinas de Gortari, cuando se reprivatizaron la mayoría de las empresas y se afianzó el modelo neoliberal, con todas sus consecuencias, las mismas que ahora sufrimos.
Pero si las coincidencias en lo económico se afinaban, en el terreno estrictamente de lo ideológico, y no hablamos del discurso, tan “cargado” a la izquierda de la presidenta del PRI, Beatriz Paredes, sino en el terreno de los hechos, es decir, de la aprobación y concreción de las políticas públicas, paulatinamente desaparecían las fronteras.
En tales especulaciones no abordamos las coincidencias en el terreno de la política, es muy claro que hace rato las diferencias no existen, y de ellas dan cuenta los numerosos priistas que alegremente, cuando no son ungidos candidatos, se transforman en candidatos de Acción Nacional, y no digamos las coincidencias en el terreno de la educación, lo que explica, también, la alianza de los panistas con Elba Esther Gordillo.
Pero tales coincidencias son aún mayores en el norte del país. Si se aborda algún asunto de los que cimbran las concepciones morales-religiosas más conservadoras, priistas y panistas reaccionan casi de idéntica manera. Además, ambos agrupamientos intentan ganarse las simpatías de la élite católica.
Justo es reconocer que en algunos casos las coincidencias no tienen pretensiones políticas, sino que se derivan de sus concepciones ideológico-políticas. Tal parece ser la explicación del asunto abordado ahora. El problema estriba en que tal concepción es absolutamente excluyente e intolerante. De un plumazo se pretende “desaparecer” una inquietante realidad, por supuesto, inquietante para quienes no tienen la capacidad para entender que la sociedad mexicana es tremendamente plural y que todas sus minorías deberán ser tratadas de manera equitativa y justa, esto es, sin discriminación alguna.
En la sesión del 2 de enero, (en la que se aprobó tal exhortación) los priistas anunciaron que se podía discutir la posibilidad de la creación de una nueva figura –la de los contratos de “amor”- pues, así lo dijeron, “el matrimonio, como contrato civil, debe darse entre un hombre y una mujer”, a pesar de que meses atrás, en la pasada legislatura, también de mayoría priista, no aprobaran la creación de la figura de las sociedades de convivencia.
Tal decisión implica que se aceptaría, por esa mayoría, la existencia legal de tal tipo de parejas, pero de ninguna manera se les podría otorgarle los privilegios y obligaciones que adquiere una pareja heterosexual. Es decir, sí, pero no.
Que se quieran, pero hasta ahí.
Y luego dicen que no se parecen…
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