jueves, 14 de febrero de 2013

Misericordia

El Diario, 14 de febrero de 2013 Luis Javier Valero Flores En la muy fría tarde del 16 de enero pasado, una joven mujer dejó un recién nacido en el estacionamiento de la iglesia de San Antonio de Padua, ubicada en la colonia Panamericana de la capital chihuahuense. El bebé fue de inmediato asistido por los testigos, llevado al Hospital General y entregado después a los funcionarios y cuidados del DIF. De inmediato, las autoridades prejudiciales se abocaron a buscar a la madre que había abandonado a su hijo, quien aún tenía las evidencias de haber nacido apenas unos instantes atrás y que, además, mostraba la impericia de quien asistió el parto. Días después la Fiscalía General del Estado ubicó a la mamá; el abuelo (que recién se enteraba de tal calidad) acudía a informarse del estado que guardaba el bebé y la autoridad anunció que levantaría los cargos de omisión de cuidados, violencia extrema y hasta el de homicidio en grado de tentativa contra Clara Armendáriz que, ahora ya sabemos, así se llama la joven de 18 años señalada, casi linchada por la opinión pública de la ciudad de Chihuahua, integrada por una abrumadora mayoría de creyentes católicos y quienes se han hecho eco de una increíble postura de la casi totalidad de los medios de comunicación. Sin el menor respeto a la integridad física y sicológica de la joven, olvidando las más elementales normas periodísticas, se publicaron en estos días las imágenes de la joven, a quien por esta vía ya se le endilgan los peores epítetos, sin misericordia alguna y haciéndose ejemplo viviente de lo que Benedicto XVI ha criticado en la ceremonia del miércoles de ceniza, en lo que fue una severa crítica a la Iglesia que dirige: “La Iglesia está en ocasiones desfigurada por las divisiones dentro del cuerpo eclesiástico…”, lamentó la “hipocresía religiosa”, así como “el comportamiento de los que aparentan” y las actitudes que buscan ante todo “los aplausos y la aprobación”, y en la cual llamó a superar “el individualismo y las rivalidades”. Y es que la historia de Clara, buena estudiante de Bachilleres, no es tan simple. Casi al mismo tiempo que moría su madre, se embarazaba. Cosas de lo más corriente, el padre, un joven igual que ella, se hizo a un lado de la responsabilidad paterna; la joven, desesperada, decidió ocultar, por vergüenza y desesperación, el embarazo a sus familiares. Así lo hizo hasta las últimas consecuencias. En lugar de abandonar a su hijo en cualquier lote baldío, optó por dejarlo a las puertas de la iglesia más cercana. Casi muere desangrada pues nadie la asistió en el parto, alguien le auxilió a evitar la segura muerte pues no efectuó (así se deduce por las evidencias periodísticas) las maniobras necesarias para el alumbramiento. Luego, el mundo se le vino encima. Las duras frases del fiscal general, Carlos Manuel Salas, reflejan, emblemáticamente, lo que han expresado diversas voces, sin misericordia alguna, al sostener que “la Fiscalía ejercerá acción penal, y sin duda vendrá la vinculación a proceso”, para, a continuación, amenazar a que “cualquier persona que deje a bebé a su suerte tendrá sanción”, sin pararse a, siquiera, enunciar que deberá analizarse con cuidado las condiciones en las que Clara Armendáriz debió tomar determinaciones que le han marcado, ya, indeleblemente, la vida. Está fuera de discusión que cometió errores; ahora importa saber si por ello debe pagar toda la vida; si su hijo deberá, desde ahora, arrostrar en condiciones de desventaja –por lo menos afectivamente– su existencia; como sociedad deberemos reflexionar seriamente acerca de la emisión de juicios lapidarios, del cómo enjuiciamos severamente a los demás, y benévolamente nuestras propias conductas. Este es el caso. ¿Nos podemos imaginar, siquiera, el infierno de quien era, hasta antes de su embarazo, una joven ejemplar y cuya existencia cambió dramáticamente con la muerte de su madre y un embarazo a todas luces no deseado? ¿Qué tanto habrían cambiado las cosas si los jóvenes hubiesen tenido la información –y la mentalidad necesaria– para, por ejemplo, acceder y usar la “píldora del día siguiente” y que por atavismos, de cualquier tipo, no usaron? ¿No será suficiente castigo el que ha sufrido, ya, para, encima, agregarle la cárcel y hasta la separación definitiva de su hijo? ¿Cuántas, de esas “buenas conciencias” están dispuestas a perdonar a Clara y proponerse en su auxilio? ¡Ah, cuánta deshumanización! ¡Cuánta hipocresía!

No hay comentarios:

Publicar un comentario