jueves, 9 de septiembre de 2010

La cara de la derrota

Aserto No. 85, agosto de 2010
Luis Javier Valero Flores
Iban exactamente en sentido contrario, en tanto uno poco a poco iba sumando apoyos y simpatías, se consolidaba como indefectible; por el otro lado, su candidatura se cimentaba en lastres, ánimos heridos, sin incorporar nuevas voluntades e iba dejando, como se dice en el argot político, “puros cadáveres”, al tiempo que, desde su mismo partido le acusaban por haber, decían, “secuestrado” la candidatura al Gobierno del Estado.
Esas eran las sendas por las que viajaron, el candidato priista, César Duarte, y el aspirante del PAN, Carlos Borruel. Iban en sentidos totalmente opuestos. Lo mismo sucedía con sus partidos. En tanto el PRI avanzaba en la percepción de que podría ser el absoluto triunfador de la jornada comicial del 4 de julio en catorce entidades –el llamado súper domingo-, el PAN hacía agua en todos lados. No solamente en Chihuahua se apreciaba un declive de las simpatías electorales por el partido gobernante.
La crisis de seguridad pública, percibida nacionalmente como de factura federal, atribuida por la mayoría de los ciudadanos a Felipe Calderón, golpeó en la línea de flotación al PAN.
Más aún, los factores locales hicieron mella en el duro electorado del blanquiazul en la entidad. La derrota en las elecciones federales del 2009 fue tan solo un presagio. Ese año el panismo, por unos cuantos votos, logró triunfar en uno de sus dos más importantes bastiones en Chihuahua, orgullo del panismo nacional, el distrito 3 de Juárez; el otro, el 6 de Chihuahua había caído estrepitosamente y uno de sus más recientes liderazgos estatales, el del ex alcalde Juan Blanco, había caído dolorosamente, víctima de la acusación de un fraude de cinco millones de pesos.
Fue de tal magnitud la derrota panista que obligó a los dos más fuertes aspirantes, el senador Gustavo Madero, y el mencionado Blanco, a retirarse de la contienda. Así, de la noche a la mañana, el grupo hegemónico en el PAN estatal –el dirigido por su presidente, Cruz Pérez Cuéllar, perdió a su abanderado –Madero- y a su segunda opción; debió, por tanto, negociar con la segunda fuerza (por lo menos aparentemente) en el estado y aceptar la candidatura del alcalde. A este, sus cercanos, hacía tiempo le habían endulzado el oído y hecho creer que estaba en condiciones de ganar la contienda constitucional.
La aparición de Pablo Cuarón, como insólito e imprevisto precandidato puso a prueba al equipo de Borruel y lo mostró en su verdadera fuerza. No le fue bien, puso en evidencia el elevado número de militantes panistas descontentos con su labor y su candidatura. Y no sólo en lo práctico, también en el terreno de la ética política había dejado muchas cosas por desear entre sus compañeros. El no haber terminado ninguno de los cargos de elección popular seguramente le acarreó no pocas críticas en su partido.
Nada de eso importó, veía cercana la silla principal de Palacio de Gobierno, objetivo en el cual soñaban todos los integrantes de su familia, poco importaban los escándalos protagonizados por el primogénito y los señalamientos periodísticos acerca de los recursos públicos puestos a disposición del vástago. También quedaron atrás –para ellos- las críticas acerca de la foto oficial del alcalde –toda la familia Borruel Macías- y el tufo nepotista por ella despertado.
Nada importaba para la élite borruelista. Las acusaciones de los priistas hacia su administración municipal, que daban cuenta del enorme descontento social a causa del deficiente alumbrado público, de los parques abandonados, de la ineficacia de la policía municipal, del crecimiento desmesurado de la delincuencia en la ciudad, todo formaba parte, decían, de la desesperación de los priistas por su muy “previsible derrota”.
Y mientras eso argumentaba, el estado se hundía en la vorágine de la violencia y las ejecuciones interminables, así como el crecimiento de las extorsiones, los asaltos a mano armada y los secuestros.
Nada de lo anterior pudo echar atrás, ni siquiera con el uso de promesas y estratagemas de campaña, consistentes en prometer un sinnúmero de prebendas sociales, todas calificadas de populistas en su momento por ellos mismos, cuando las presentó Andrés Manuel López Obrador, en 2006.
Luego, la promesa de derogar la tenencia funcionó sólo unos días, que el candidato priista se apresuró en salirle al frente y proponer cosa semejante, no obstante que durante varias semanas el panista insistió en acusarlo de “piratearle” las propuestas.
Tampoco funcionó.
Al final de la campaña, la derrota era previsible, la sensación de que el candidato del PRI podía ganar permeó en toda la sociedad, el segundo debate vino a confirmar en sus conclusiones a los pocos electores que aún permanecían indecisos, de los muy pocos que asistieron a las urnas, y por último, la aparición de Pablo Cuarón al lado de Duarte, primero, y la de Juan Blanco casi inmediatamente después, le dio la puntilla a una campaña que siempre dio la impresión de no concitar demasiada emoción al electorado.
No todos los panistas estaban de acuerdo con la candidatura de Borruel, ahora sabemos que tampoco una buena parte de los electores blanquiazules, la derrota de López por más de 55 mil votos a manos de Marco Adán Quezada así lo denota.
Enfrente, el camino fue al revés. Duarte concitó el apoyo de la dirigencia nacional de su partido, y la del coordinador del grupo parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados, Emilio Gamboa, para erigirse en presidente de la mesa directiva de ese órgano parlamentario. Tal hecho le generó muy grandes expectativas. Tenía a su favor el hecho de haberse desempeñado durante varios años como dirigente estatal de la CNC, organización de la que también emergió Beatriz Paredes.
Fue de tal fuerza el apoyo obtenido en el centro del país por Duarte que algunos priistas, en la confidencialidad, afirman que le fue impuesto a Reyes Baeza.
Tal protagonismo le generó una posición de privilegio, con la que fue tejiendo apoyos regionales y sociales. Al final, la torpeza política de los empresarios Federico de la Vega y Eloy Vallina, al empujar groseramente a favor de Héctor Murguía, venció las últimas resistencias en Palacio de Gobierno a su candidatura. En el camino se había quedado Oscar Villalobos, el más señalado como el posible favorito de Reyes Baeza, el gobernador, para designarlo como su sucesor; también Fernando Rodríguez Moreno, el coordinador de los diputados locales, pero que en la parte final de la competencia se apreciaba cierto distanciamiento del gobernante, a juzgar por la marginación que se veía de todas las posiciones repartidas por el ungido candidato del PRI.
Reyes Ferriz, el alcalde juarense, y Alejandro Cano, el ex alcalde y diputado federal, quizá, solo habían jugado el papel de acompañantes del proceso, el primero para neutralizar la fuerza de Murguía y el segundo para obtener el respaldo del empresariado.
Pero todos le alzaron la mano a Duarte. No sucedió así en el PAN.
Las acciones de Felipe Calderón, su protagonismo electoral y su desmedida participación en la vida interna del PAN; los resultados de su gobierno, la confrontación con el PRI, el empeoramiento de la seguridad pública y el agravamiento de la crisis económica, además de celebrarse por primera ocasión tantas elecciones locales, fueron llevando poco a poco a la conformación de lo que puede denominarse como un referéndum sobre el gobierno federal.
Sería el tercero que, por la vía de los hechos, se celebraba en el país. En el 2000, la elección se convirtió en una suerte de referéndum hacia la continuación del PRI en el gobierno. Ese año, la mayoría de los mexicanos decidió terminar con los gobiernos nacionales emanados del PRI, en eso consistió, finalmente, el eje de la propuesta de Vicente Fox. Prometió acabar con las alimañas, las tepocatas y las víboras prietas. La mayoría del electorado –relativamente- le creyó.
Seis años después, ante la cercana posibilidad de que la izquierda accediera al poder, las otras fuerzas, las políticas y las fácticas, convocaron a lo que el mismo candidato del PRI, Roberto Madrazo, consideró una especie de referéndum acerca de tal. El panista y AMLO se dividieron los triunfos estatales.
La elección del 4 de julio se convirtió, en la práctica, en el referéndum sobre el gobierno de Calderón.
La confirmación a la activa participación de Calderón la aportó, sorpresivamente, el IFE, órgano que dictaminó que el mensaje emitido por cadena nacional el 15 de junio, con el pretexto que debía comunicarle al país algunas consideraciones sobre seguridad nacional, violaba la ley electoral.
Casi todo intentó el gobierno federal para evitar la derrota electoral. A tres días de las elecciones, sin que hubiese motivo alguno para hacerlo, con todas las características de un desesperado intento –igual que el mensaje del 15 de junio- por imbuir en el electorado impresiones positivas hacia su labor, anunció una serie de hechos presumiblemente positivos de la economía nacional, como el de que se crearon 500 mil empleos, al tiempo que cinco secretarios de Estado se apresuraron a presentarse en Juárez para efectuar “un balance del avance de los programas federales del ‘Todos somos Juárez”.
Pero después de las elecciones no han regresado ¡Cuánta torpeza!
Tres aspectos, todos negativos, destacan de las campañas recién terminadas: El fortalecimiento del bipartidismo en Chihuahua; el olvido de la agenda de la transición de los candidatos de los dos partidos más fuertes en Chihuahua, y la desmedida participación de los empresarios en el financiamiento de las campañas.
¿Dónde quedó el compromiso de desmantelar las estructuras del viejo régimen, existente hasta el año 2000? ¿Dónde, el del más amplio respeto a la vida sindical y el abandono de las prácticas corporativas del pasado?
Dos son las principales conclusiones inmediatas de las elecciones del 4 de julio: El rechazo mayoritario a la gestión de Felipe Calderón en todo el país y el creciente abstencionismo en las entidades con mayores índices de violencia.
No de otra forma podemos leer los resultados de la denominada jornada de “súper domingo”, en la que fue convocado el 39% del padrón electoral del país a elegir a doce gobernadores. La derrota del PAN, el partido gobernante, es estrepitosa, no la atenúa, ni siquiera, el triunfo de las coaliciones del PAN y PRD en los estados de Sinaloa, Puebla y Oaxaca, y la cerrada lucha en Veracruz y Durango.
Las más dolorosas derrotas para el panismo, seguramente serán en Aguascalientes y Baja California. En la primera, además de perder la gubernatura, luego de doce años de gobierno ininterrumpido, perdieron todas las alcaldías y la mayoría en el Congreso. En Baja California perdieron la totalidad de las alcaldías y la legislatura local, luego de gobernar dieciocho años de ser mayoría hegemónica.
A nivel local, la derrota panista puede paliarse parcialmente por los triunfos en las alcaldías, entre los municipios más importantes gobernará Delicias, Camargo, Jiménez, Nuevo Casas Grandes, Ojinaga y Guachochi; y el PRI lo hará en Juárez, Chihuahua, Cuauhtémoc, Parral y Madera.
César Duarte, obtuvo una aplastante victoria sobre Carlos Borruel al lograr una votación 16.4% superior a la del panista, así como el mayor diferencial de votos jamás alcanzado por candidato alguno en la era de la plena competencia electoral, pues su ventaja es de casi 177 mil votos, es decir, más de la votación alcanzada por alguno de los candidatos triunfadores a las alcaldías de Juárez y Chihuahua. Los números son contundentes. Borruel obtuvo 423 mil 409 votos (39.13%) y César Duarte 600 mil 345 (55.54%), por 21 mil 607 del perredista Luis Adolfo Orozco (1.99%).
A pesar de todo, la participación electoral no llegó a las cifras esperadas por los más pesimistas y rebasó el 40%: 41.4, aunque, como es natural, que sólo 4 de cada 10 ciudadanos acudan a votar debiera preocupar seriamente a la clase política.
Más aún, Duarte gana en 59 de los 67 municipios, pero no pierde en ninguno de los más poblados de la entidad. Sin embargo, el PRI perdió 26 municipios, 23 a manos del PAN, dos del PRD y Carichí frente a la alianza PAN-PRD.
A su vez, los candidatos priistas a las diputaciones sólo perdieron en un distrito de Juárez, de los 14 en los que postularon, solos, a candidatos; y en la alianza con el Panal y el Verde, otro en esa misma ciudad, de los 8 distritos en que participaron juntos. Así, el PRI, solo, ganó en 13 distritos y con la alianza, otros 7. De estos, uno de los candidatos pertenece al PANAL.
Si así quedaran las cosas, el PRI no obtendría diputación pluri, el PAN y el PANAL 3, el Verde 2 y una para PT y PRD. Entonces, ya por partidos, al momento de integrar los grupos parlamentarios, el PRI tendría 19 diputados, el PAN 6, el PANAL 4, PT 1 y PRD 1.
Ante ese panorama, de tan contundente triunfo del candidato a gobernador, sorprenden varios hechos, el principal de ellos, el elevado número de derrotas municipales del PRI, y acaso ligado a otro, el de la sorpresiva alta votación alcanzada por el PAN en la mayor parte de los municipios con población preponderantemente rural, sobre todo en la elección de alcaldes, pero no solo.
Carlos Borruel ganó la elección en los municipios de Allende, Bocoyna, Coyame, Santa Isabel, Julimes, Ocampo, Satevó y Uruachi y obtuvo elevadas votaciones, casi iguales a las e Duarte en Balleza, Batopilas, Coronado, la Cruz, Chínipas, Gómez Farías, Guachochi, Guadalupe DB, Matachí, Moris, Nonoava, San Francisco de Borja y Valle de Zaragoza, con lo que se acabó (por lo menos para esta elección) con el mito del voto “verde”, no por ecologista, sino porque era el voto de las zonas rurales, generalmente elevado a favor de los candidatos priistas.
Además, tomando en cuenta a los municipios más poblados, el PAN gobernará Delicias, Camargo, Jiménez, Nuevo Casas Grandes, Ojinaga y Guachochi y el PRI lo hará en Juárez, Chihuahua, Cuauhtémoc, Parral y Madera.
Pero tales resultados deberán explicarse. Una primera conclusión podría ser la de que, mayoritariamente, los chihuahuenses no le achacan al gobierno estatal la principal de las responsabilidades en la crisis de seguridad pública, algo a lo que le apostaron, y mucho, los panistas, nomás recordemos las declaraciones de diversos actores del PAN, incluido el mismo Borruel, o más atrás las de la senadora Teresa Ortuño en contra del gobernador Reyes Baeza, o las gravísimas acusaciones del candidato panista a la alcaldía juarense, César Jáuregui, en contra de su adversario, Héctor Murguía.
En ese aspecto, el comportamiento de electorado chihuahuense no es distinto al del resto del país, pero seguramente que contaron otros factores, el primero, que a pesar de todo, en todas las evaluaciones practicadas, el gobierno de Reyes Baeza sale bien calificado, y segundo, los antecedentes personales de Duarte, sobre todo los derivados de su prolongado tránsito como dirigente social, en la dirigencia de la CNC y en la participación, al lado de otras organizaciones en la lucha por obtener mejores tarifas de energía eléctrica para el campo.
Tales factores resaltan más al comparar sus resultados con los obtenidos por sus candidatos a las alcaldías, lo que hace suponer una mala designación en esos puestos.

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