martes, 7 de septiembre de 2010

Atlacomulco al ataque

El Diario, 7 de septiembre de 2010
Luis Javier Valero Flores
Ahora resulta que las alianzas del PAN y el PRD han matado más gente que las guerras de los cárteles del narcotráfico en México y la que dice sostener la administración federal en contra del crimen organizado.
A partir del domingo debemos cuidarnos, al salir a la calle, de no encontrarnos a un panista y a un perredista juntos, pongámonos alerta, son más peligrosos que los sicarios.
Sí, porque el mensaje central del gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, en su quinto informe de gobierno consistió en decirnos que “la delincuencia no es el único riesgo que enfrenta el país… Hay otra grave amenaza: la lucha del poder por el poder mismo que promueve una democracia sin contenido y que por el sólo fin de obtener el poder se negocian alianzas entre proyectos antagónicos generando con ello confusión y desconfianza en la política”.
¡Híjole, a lo que llega el hombre que se apresta a asaltar la candidatura del PRI a la Presidencia de la República, apadrinado por el monopolio televisivo, después de violar flagrantemente la ley electoral durante meses y meses, derrochando los recursos públicos del Gobierno del Estado de México
¿Así que oponerse a los triunfos del PRI es semejante a lo realizado por las bandas criminales a lo largo de los últimos, casi, cuatro años?
Pues sí, y si esa alianza se pacta en la entidad mexiquense, peor.
Pero si esas frases, y sobre todo esa concepción, son verdaderamente lamentables –y preocupantes– lo más malo sucedió enseguida: la abrumadora mayoría de quienes asistieron a ese acto –por supuesto, priistas– le endilgaron el más atronador de los aplausos.
No podía ser de otro modo, el penúltimo informe del gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, se convirtió en el mejor de sus aparadores para darle el empujón más fuerte a su precandidatura –cuando aún mantenga el control sobre el presupuesto más elevado a los que tienen acceso los mandatarios estatales–. Al rendir su Quinto Informe de Gobierno, marcado por la presencia de prácticamente toda la clase política que se precie de ser “alguien” en ese mundo, Peña Nieto se dio el lujo de pontificar.
Dijo que la falta de congruencia en la negociación de coaliciones entre visiones antagónicas conduce al autoritarismo, reduce las opciones y lesiona el espíritu de libertad, pues, advirtió, “no se puede convocar a la unidad de propósitos y al mismo tiempo actuar por consignas o intereses particulares”.

O sea, los otros no pueden luchar por el poder, por el poder mismo –¿Cómo, si nosotros tenemos la franquicia, y tenemos la exclusividad?

No fueron las únicas frases dignas de ingresar a la picaresca de la política mexicana, después de criticar severamente a las administraciones panistas –a las que tanto han ayudado al aprobarles todas las reformas regresivas propuestas por éstas–, dijo que para superar “la parálisis en que se encuentra México, el proyecto de futuro no pasa por la restauración del viejo régimen”. Más bien, añadió, la nación tiene la gran oportunidad de rediseñarse, de cambiar a fondo, de dejar atrás viejas fórmulas y estilos anacrónicos “por lo que es imprescindible vencer inercias y emprender las transformaciones que los mexicanos exigen”.

Nadie, desde el mundo de la democracia, puede objetar que el PRI regrese a Los Pinos si lo hace a través de un proceso democrático, pero lo muy objetable son los modos de acceder a las candidaturas, al gobierno y a las muy criticables formas de gobernar de Peña, integrante, como prácticamente todos los gobernadores mexiquenses de las últimas tres décadas, del grupo Atlacomulco.

Dijo que el proyecto de futuro no pasa por “la restauración del viejo régimen”. Pues no, puede resultar como las versiones de la película Matrix, reloaded, o para decirlo en términos de Monterroso, despertamos, y el dinosaurio ya estaba tecnologizado, se comunicaba por Twitter, aparecía en Facebook y se casaba con una de las estrellas del canal que las tenía todas en su padrón.

Sólo que ahora ya sabemos que, quienes dirigen esas empresas televisivas son los mismos que eluden el pago de impuestos, obtienen las más elevadas ganancias del orbe, patrocinan candidatos, imponen gobernantes y funcionarios y, encima, norman qué cosas deben ver los mexicanos en la tele.

A aplaudirle al retoño de tales intereses se dio cita lo más granado de la política mexicana, especialmente la priísta.

¡Válgame¡

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