lunes, 16 de enero de 2012

Los asaltantes del cielo

El Diario, 15 de enero de 2012
Luis Javier Valero Flores
Parecían, los anuncios, una especie de apología del crimen, especialmente difíciles de aceptar en estas épocas aciagas. La convocatoria era sencilla, la celebración de distintos eventos con motivo del 40º aniversario del triple asalto bancario en la ciudad de Chihuahua.
Para las “buenas conciencias” –que todavía las hay- el simple anuncio de conmemorar tal fecha y tal acción guerrillera, una de las más resonantes de aquella etapa de la vida política y social de Chihuahua, y del país, es simplemente inaceptable.
No lo es.
En la mañana del 15 de enero de 1972, la sociedad chihuahuense se estremeció dramáticamente con la noticia de que un grupo de guerrilleros había asaltado tres sucursales bancarias en el centro de la entonces muy tranquila ciudad de Chihuahua y que la acción había sido cruenta. Inmediatamente se sabría de la caída de dos de los jóvenes –Avelina Gallegos y Oscar Montes López. Según el reporte de los funcionarios –bancarios y policiacos- el botín ascendió a poco más de medio millón de pesos, algo así como 166 mil dólares de ahora, equivalentes a alrededor de 2 millones 400 mil pesos de hoy.
Luego la cifra de caídos aumentaría en el recuento oficial pues en él se daba cuenta de la muerte del dirigente del grupo, Diego Lucero, el “suicidio” de Ramiro, quien fue ahorcado en su celda, “y la aplicación de la ley fuga, en una población rural cercana a la capital, de Gaspar”, como refiere uno de los sobrevivientes, Francisco Javier Pizarro, en una carta publicada en 1998 en La Jornada.
Tanto Pizarro, como Marco Rascón y Héctor Lucero serían detenidos a los días de los hechos, en la batida nacional que las fuerzas de seguridad del Estado lanzarían contra los jóvenes que se habían aventurado a buscar, por la vía armada, la transformación radical de la sociedad mexicana.
Un día antes, otro grupo guerrillero había asaltado dos sucursales bancarias en Monterrey.
La explicación de tales acciones la ofreció en el curso de la conmemoración del 40º aniversario Javier Pizarro quien asegura que durante el inicio de la década de los 70’s los grupos armados habían decidido no realizar acciones armadas en el estado de Chihuahua para preservar –imagínese, que ironías- la ruta del ingreso de armas procedentes, igual ayer que ahora, de Estados Unidos.
Pero desde mediados de 1971 se desató una impresionante cacería del ejército mexicano en el estado de Guerrero. Iban en busca de las fuerzas de la guerrilla dirigida por Lucio Cabañas, quien no solo dirigía al grupo armado, sino que era en realidad el líder de la insurgencia guerrerense de una amplia zona de aquella entidad y a la que el gobierno mexicano había decidido aplicarle la misma táctica que el ejército norteamericano aplicaba en esos momentos -¡Vaya que coincidencias!- en Vietnam y que 60 años atrás había desatado el ejército porfirista en una zona aledaña a Guerrero, Morelos, para acabar con la guerrilla dirigida por Emiliano Zapata.
Es decir, la de la tierra arrasada, en una operación dirigida por los generales Salvador Rangel y Eliseo Jiménez (Este luego sería premiado con la gubernatura de Oaxaca) y en la se involucró a prácticamente la tercera parte de todas las fuerzas con las que contaba en aquel momento el ejército mexicano. Lanzaron contra los guerrerenses 35 mil soldados. Para darnos una idea de la magnitud de la operación militar, comparemos que a Juárez fueron enviados 10 mil soldados, en el marco de la Operación Conjunta Chihuahua, para enfrentar la guerra de los Cárteles.
Fue tanta la presión que Lucio Cabañas solicitó de los grupos guerrilleros de Chihuahua, especialmente el dirigido por Diego Lucero y otros, con quienes tenían relaciones y un cierto grado de coordinación, la realización de acciones para relajar la ofensiva oficial, en un momento en el que ya sus fuerzas estaban pasando a la etapa de la guerra de posiciones, esto es, dejaba de ser solamente la lucha de grupos de guerrilleros para convertirse en enfrentamientos entre contingentes superiores a los 100 elementos.
De ahí la celebración del doble asalto en Monterrey y el triple en Chihuahua. Y eso es lo más relevante de aquellos acontecimientos, pues cambió el curso de la guerrilla y del país.
Las fuerzas de Cabañas fueron destrozadas en el curso de ese año, y las distintas fuerzas existentes en el país, que habían decidido lanzar una ofensiva general, poco a poco fueron exterminadas. Empezó la guerra sucia –y esa sí lo fue, no la que ahora sostienen activistas de los distintos partidos, consistente en difundir rumores y calumnias- en la que desaparecieron y ejecutaron a cientos de miembros de aquellas organizaciones.
No sorprende ahora encontrar en el Archivo General de la Nación, los reportes de las agrupaciones policiacas con las declaraciones de los guerrilleros, detenidos por las policías y luego desaparecidos de la faz de la tierra. Las preguntas son obvias. Si declararon ante los agentes ¿Quién los desapareció? ¿Por qué no los presentaron ante el Ministerio Público y los jueces?
Para quienes añoran la época salvaje de entonces podemos decirles que de ninguna manera se merecían ser ejecutados por las fuerzas gubernamentales –ni ellos, ni nadie- porque éstas, precisamente, son las obligadas a actuar dentro de la legalidad, de ninguna manera podían violar la ley para hacer respetar el marco legal.
Y ese fue el momento del quiebre, a partir de entonces los grupos guerrilleros fueron salvajemente masacrados, luego de haber alcanzado un elevado grado de penetración y organización.
¿Por qué ensalzar esas acciones? Porque el país que ahora gozamos –y padecemos- no es el mismo de aquel entonces, en el que prevalecían los cacicazgos regionales, el autoritarismo –no solo en el ámbito familiar, sino, más importante, en la sociedad mexicana-, una increíble cerrazón política, el verticalismo y la corrupción, características de un régimen político que venía de masacrar a los estudiantes de Tlatelolco en 1968 y del jueves de Corpus en San Cosme el 10 de junio de 1971, amén de haber reprimido violentamente infinidad de movimientos campesinos, de agrupaciones de colonos y de las organizaciones sindicales independientes.
Por supuesto que, también, a través del sempiterno fraude electoral, acabar con cualquier intento de insurgencia electoral. No había, por tanto, manera de que las distintas aspiraciones de carácter democrático pudieran expresarse, o de que las justas demandas económicas y sociales fueran satisfechas por una élite que aprovechaba a las mil maravillas el proclamarse heredera de la Revolución Mexicana.
Frente a tal autoritarismo se alzó una corriente, a cual más de diversa, la de la izquierda mexicana de carácter socialista y comunista, (y también de agrupaciones de católicos) que irónicamente renegó de los partidos de ese corte, existentes en la época, particularmente del Partido Comunista Mexicano y del Popular Socialista, de los cuales emergieron la mayor parte de los jóvenes que abrazaron la vía armada, decepcionados de la línea política de ambas agrupaciones políticas.
O para decirlo en las palabras del Arzobispo Adalberto Almeida, “la violencia institucionalizada del gobierno generaba la violencia de esos jóvenes”.
Hoy, en la medida que se tiene acceso a los documentos oficiales, particularmente a los reportes policiacos de aquella época, va quedando clara la burda mentira de los gobernantes de que las acciones guerrilleras obedecían a una “conjura comunista”. No, fueron la respuesta gallarda de miles de jóvenes que no solamente se opusieron al régimen establecido sino que, con sus acciones, pretendían asaltar el cielo.
Y no lo hacían partiendo de las emociones del momento. Invariablemente sus acciones fueron sustentadas en larguísimas sesiones de discusión acerca del estado que guardaba la nación mexicana y el futuro que soñaban para ella. Hoy sabemos de la gran cantidad de documentos de análisis y discusión elaborados por una pléyade de jóvenes a quienes no les importó arrostrar mil y un peligro, el primero de ellos, el de la pérdida de la vida –y conste que la abrumadora mayoría eran ateos, es decir, ni siquiera tenían el paliativo de alcanzar la felicidad en la otra vida- y a quienes podemos realizar hoy, sin atenuante alguno, un merecidísimo homenaje; la sociedad que ahora tenemos no es la soñada por ellos, es mejor, sí, pero al momento de evaluar lo hecho por ellos y otros miles de mexicanos, no deja de generarse una sensación agridulce.
asertodechihuahua@yahoo.com.mx
Blog: http://luisjaviervalero.blogspot.com

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