jueves, 23 de diciembre de 2010

Imposible

El Diario, 21 de diciembre de 2010
Luis Javier Valero Flores
Imposible aceptar que el asesinato de Marisela Escobedo deba formar parte de la estadística general de la negra noche chihuahuense.
Imposible aceptar que el origen de su activismo merezca unas cuantas líneas de Twitter de Felipe Calderón y que, encima de ello, éste evidencie su profunda ignorancia de las reformas penales propuestas por él mismo, pues al deplorar el trabajo de los jueces que exoneraron a Sergio Barraza del asesinato de Ruby Frayre, incurre en el mismo error de la mayoría de quienes ubican la confesión de éste como la prueba reina de su proceso.
Imposible aceptar que ahora nadie ordene una “exhaustiva” investigación para saber las razones por las cuales la activista se encontraba totalmente desguarnecida.
Sí, concedamos, la culpa de origen fue un proceso mal atendido por las autoridades prejudiciales y judiciales del sexenio anterior, pero de ahí a no atender las gravísimas fallas que le causaron la muerte a Marisela son, también, imposibles de aceptar.
Imposible transigir en que este asesinato no es de los que debieran abrir una brecha entre el antes y el después. Porque entre la sentencia absolutoria a Sergio Barraza y los atentados en contra de la familia de Marisela hay un mundo de distancia, la existente entre quienes tienen la capacidad financiera, logística, audaz, de preparar y llevar al cabo un asesinato frente a Palacio de Gobierno, con todas las implicaciones que se supone provocaría un atentado de esa naturaleza.
Esa distancia, aparentemente, es la existente entre la comisión de un delito del orden común y otro en el que las evidencias nos conducen a la participación de grupos delictivos, lo que nos lleva, indefectiblemente, a la misma conclusión: El crecimiento de los índices delictivos en Chihuahua tiene como origen el enfrentamiento entre los cárteles y la inoperancia (eso esperamos) de las fuerzas policiales.
Imposible aceptar que no se inicie una enérgica revisión de la actuación de los exagentes del Ministerio Público –hoy fiscales-, de los agentes ministeriales, de sus jefes, de los procedimientos, de las técnicas de investigación, del aparato de inteligencia de las policías locales. Imposible, imposible.
Imposible no esperar la reacción pletórica de hartazgo, de impotencia, de incredibilidad, de escepticismo, de una sociedad, ahora sabemos, inerme ante los embates criminales. Si a esa señora que protestaba la matan ¿Qué podemos esperar los demás ciudadanos? Es la conclusión generalizada. ¿De qué sirve denunciar a los criminales si suceden cosas como éstas ¡Y en el mismísimo Palacio de Gobierno!?
Ciertamente, desde la óptica del poder todos los crímenes deberán ser tratados con la misma medida, pero hay algunos que debieran servir de acicate a las estructuras institucionales tan carcomidas, tan deplorables, tan inútiles existentes hoy día, pero tampoco deberá aceptarse que todos los crímenes son iguales, hay unos, como el de Marisela, que debieran acicatear a una sociedad tan agraviada como la nuestra y debiera servir de impulso de los gobernantes, siempre y cuando éstos efectuaran una profunda introspección de sus formas de gobernar.
Estamos en una etapa verdaderamente crucial, los signos en ese sentido aparecen por doquier; el barco que hasta fines de los 70’s del siglo pasado parecía extraordinariamente boyante, que los panistas creyeron suficiente para continuar con la aplicación de una ligera capa de pintura, hace agua por todos lados, y no basta con regresar a sus antiguos pilotos, dispuestos a gobernar con las mismas formas; la crisis, digámoslo en términos académicos, es estructural, y la manera en que abordan los problemas, conforme van surgiendo es, precisamente, la peor.
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