domingo, 15 de abril de 2012

Pemex, tema central de la disputa presidencial

El Diario, 15 de abril de 2012
Luis Javier Valero Flores
No aparece en la agenda político-electoral como uno de los temas que aborden los candidatos con la importancia que, de ganar, sus gobiernos le otorgarían, básicamente porque los candidatos del PRI y el PAN coinciden en lo que harían con el más importante de los recursos naturales de México.

No es un asunto menor, la orientación de sus propuestas entraña un grave peligro para la soberanía nacional, y no se trata solamente de lo estrictamente conceptual, sino porque en pocos temas como éste, al común de la gente le queda más clara la asociación de la soberanía con el de la pérdida de la riqueza nacional, hecho que repercute directamente en su vida cotidiana.

Más aún, porque en temas como el del petróleo, varios de los reputados como los más prestigiados líderes de opinión, especialmente los del duopolio de la televisión, muestran diáfanamente la defensa que hacen de los intereses de quienes pretenden entregar a los consorcios privados, particularmente los extranjeros (tan fuertemente ligados a los nacionales, porque en nuestra época el capital prácticamente ya no tiene patria) las riquezas nacionales.

Por ello importa detenerse en la propuesta realizada por el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador acerca de este energético, vital para la economía mexicana, tanto, que representa la aportación que hace al erario federal, alrededor del 30%, pero cuya importancia en la economía va más allá de tan elevado porcentaje del presupuesto federal.

Y es que la defensa realizada por quienes son las voces de los grupos económicos propietarios de las cadenas televisivas –literalmente, los más poderosos hombres de empresa del país– llega a niveles de verdadero primitivismo. Pocas veces el escribiente se detiene a polemizar con otros colaboradores editorialistas –quiera o no el autor de la otra opinión– pero en esta ocasión, por la importancia de su columna, por los espacios ocupados en la televisión y por los conceptos expresados, vale la pena detenerse.

Días atrás, el columnista Sergio Sarmiento (“AMLO y Pemex”, El Diario, 10/IV/12) criticó la propuesta de López Obrador porque este planteó centralmente que en un gobierno dirigido por él se disminuiría drásticamente –por supuesto no de la noche a la mañana– la venta de petróleo crudo, para poner el acento en la industrialización del hidrocarburo. Pues bien, Sarmiento criticó acremente que se hiciera la apuesta a dejar de lado, en su opinión, la parte más “rentable” de esta industria que es, aduce, la exportación de petróleo crudo, para poner el acento en la refinación y en el procesamiento de “toda la materia prima, todo el petróleo crudo, para darle valor agregado y generar utilidades y empleos en el país”.

Contra esa propuesta se lanza el editorialista estrella de Tv Azteca diciendo que la construcción de las refinerías propuestas por el tabasqueño dejaría sin recursos económicos al erario federal y califica tal propuesta como “simplista”, cuando cualquier persona medianamente enterada de las cosas económicas sabría que la riqueza estriba en el valor agregado a las materias primas.

Tan peregrina forma de pensar es lo que ha convertido al país en importador neto, prácticamente de todo, incluidos los alimentos y, por tanto, en deudor histórico, con una balanza comercial negativa y a expensas de los vaivenes de los más poderosos intereses económicos del mundo.

El mensaje de Sarmiento –compartido por infinidad de personas que carecen de los elementos necesarios para razonar bien su opinión, al contrario del periodista mencionado– es el de que “Pemex… debe concentrar sus esfuerzos en la producción de crudo. La refinación debe recibir solamente la inversión indispensable; de hecho, lo ideal sería dejarla en manos de empresas privadas con capacidad de obtener utilidades en un negocio sólo rentable con altos volúmenes y una gran eficiencia. Pemex debe invertir en actividades más rentables, en las que su ineficiencia y el exceso de personal que carga no pesan realmente”.

¿Y todo por qué?

Pues porque López Obrador lanzó su propuesta energética en forma de decálogo que contiene ejes por demás interesantes en esta materia pues propone la construcción de cinco nuevas refinerías (“para dejar de importar 500 mil barriles diarios de combustibles, que significa erogar, en esta compra de combustibles, 26 mil millones de dólares al año”); integrar toda la industria petrolera (precisamente lo que existía cuando Pemex se convirtió en el motor de la transformación industrial de México) “desde la exploración, la perforación, la producción de crudo y gas, la refinación, la petroquímica y la industria eléctrica, para utilizar toda la cadena de valor del sector energético”; invertir en la exploración “para mantener estables las reservas probadas de petróleo, con una tasa de reposición del 100 por ciento; la reconstrucción de las plantas petroquímicas, la construcción de la planta productora de fertilizantes en el país; operar a “toda su capacidad las hidroeléctricas y otras plantas de generación de energía de la Comisión Federal de Electricidad para reducir la compra de energía eléctrica a precios elevadísimos a empresas extranjeras”; dar prioridad en compras y en contratación de servicios que demanda el sector energético a empresas nacionales; invertir nuevamente en la investigación y el desarrollo tecnológico del sector energético; la instalación de “un programa nacional de transición energética para disminuir, de inmediato, la dependencia de combustibles fósiles y de recursos no renovables” y “limpiar a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad de corrupción y de esta forma se financiará gran parte de la inversión que demanda la industria petrolera y eléctrica del país”.

La propuesta del candidato de las izquierdas va al corazón de la enorme corrupción en la que es, sin duda alguna, la principal de las empresas mexicanas y a la que permanentemente se le ha pretendido reencauzar al sector privado, no conformes con la enorme riqueza generada por la industria petroquímica secundaria, ejemplo de lo cual es el tema de las compras efectuadas por Pemex y la CFE, que sólo en el 20% lo hacen a las empresas nacionales, al contrario de Petrobras –la empresa brasileña que tanto elogian los actuales gobernantes en su afán de convencer a los mexicanos que el camino es la privatización, pero que se cuidan de no difundir cifras tan contrarias a sus concepciones que por ley debe hacer el 80 por ciento de sus compras a empresas nacionales, lo que ha catapultado a la industria brasileña ligada al petróleo y se ha convertido en parte fundamental del milagro económico realizado por este país, con crecimientos anuales superiores al 7% durante varios periodos consecutivos, especialmente los de los gobiernos de izquierda.

Aspecto central de la propuesta lopezobradorista lo constituye el hecho de que, al contrario del resto de los contendientes a la presidencia, está planteando hacer con Pemex lo que el resto de los países productores de petróleo están haciendo con su industria, las están convirtiendo en parte estratégica de su desarrollo y están revirtiendo los diversos procesos de privatización para convertirlas, nuevamente, en industrias nacionales, en el peor de los casos, o en empresas nacionalizadas.

De ese modo, ni los árabes, ni los nigerianos, ni los venezolanos; vamos, ni los ingleses y, por supuesto, los norteamericanos, están apostándole a entregar a empresas ajenas sus riquezas petroleras.

Todo lo contrario.

Así y todo, todavía hay quienes defienden ardorosamente que entreguemos nuestra riqueza a las poderosas empresas del orbe ¿En qué planeta vivirán?

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