domingo, 7 de junio de 2015

¿Por qué ir a votar?

El Diario, 7 de junio de 2015
Luis Javier Valero Flores
Para los ciudadanos que no se sienten identificados con alguno de los partidos o de los candidatos ¿Existen razones de peso para votar el día de hoy?
Quienes no vayan ¿De verdad hicieron un análisis serio de los candidatos y ninguno les gustó? ¿O será que se parte -y seguramente esa será la razón para la mayoría de los abstencionistas- de la idea de que “todos son iguales”?
¿Lo son?
¿De veras nos creemos eso de que porque juega el equipo mexicano de futbol se desalienta la participación electoral?
Entonces no hagamos la reunión familiar, o la de los amigos; que los jugadores de fin de semana no vayan a sus partidos; que los creyentes no acudan a sus ritos religiosos, que las jefas de familia que sólo tienen este día para hacer sus compras no lo hagan; que….
Tradicionalmente esta es la elección que menos ciudadanos atrae. No será novedad el elevado abstencionismo, pero casi es imposible saber qué tanto de los ausentes de las urnas lo hacen por un móvil político, y qué tantos lo hacen, simplemente porque no son, o no se sienten, no les importa o no alcanzan a comprender la necesidad de formar parte de la “ciudadanía”, es decir, aquella que no sólo vota, sino que opina y participa en su entorno social, cualesquiera que éste sea.
Pero todo lo anterior priva, solamente, para las entidades como la nuestra, en la que sólo realizaremos la elección de diputados federales. En las entidades en las que se realizan elecciones de gobernador y alcaldes, y sobre todo en las primeras (9 estados) la participación electoral rondará el 60% y seguramente en alguna será superior; es lógico, en ellas definirán quien los gobernará.
Y eso es lo que está en el fondo; no sólo por los elevados niveles de desconocimiento en materia político-democrática (saber para qué sirven los diputados), sino por los rendimientos que nos han ofrecido históricamente la mayoría absoluta de quienes por ahí han transitado, es que a la mayoría de la población no le importa quienes ocupen esas posiciones de poder, que lo son sin ninguna duda.
Entonces campea la ignorancia, la ramplonería (no sirven para nada) o el desinterés (da lo mismo quienes lleguen, sólo buscan los sueldos estratosféricos y hacerse ricos) y una minoría -muy activa- determinará el rumbo del país  para la segunda mitad del gobierno peñanietista.
A eso aspiran los partidos mandones en el régimen político existente, y no sólo los dos más grandes PRI-PAN, también PRD, PVEM y PANAL. Le apuestan a su “voto duro”, el de las estructuras territoriales, el que se puede “movilizar”, no al que se convenció en el curso de la campaña y que no se desalienta ante las confrontaciones de los candidatos y partidos (a lo que le llaman “guerra sucia”) o ante las imágenes de sedes del INE o de los partidos “tomadas” e incendiadas por activistas de distintas agrupaciones.
Entonces la contienda se convierte en la competencia del voto duro, es decir, el de las minorías.
Y es que, además, no le falta razón (según el escribiente) a aquellos ciudadanos. Cada vez aparecen más evidencias de la extrema inutilidad de los legisladores de “tiempo completo”. 
La mayor parte del tiempo en que ejercen ese cargo lo utilizan para tareas partidarias, para sus empresas y negocios; para aparecer en los actos públicos del gobernador de su entidad; vamos, algunos hasta realizan sus estudios de maestría y doctorado. Muchos de ellos aprovechan para “conocer” mundo. Y todos simulan elaborar infinidad de iniciativas o aparecer de gestores de trámites y reclamos de grupos de ciudadanos, para que se aprecie “cuánto” trabajaron.
¿Realmente los necesitamos de tiempo completo? Sinceramente, no.
No necesitamos legisladores que vayan a inventar nuevas leyes absolutamente insustanciales, o reformas de ese tipo a las existentes.
La realidad es que necesitamos legisladores de medio tiempo, que sólo sesionen 2-3 meses al año, que acudan a los trabajos de sus comisiones y resuelvan las dos tareas centrales que no pueden eludir: La aprobación del presupuesto de la federación y la revisión de las cuentas públicas ¡Ah, y que sólo les paguemos la mitad o menos de lo que ahora perciben!
Se necesita una reforma a fondo del régimen político, las señales están a la mano. La extrema violencia en tres entidades, dirigida hacia las instancias electorales y los partidos políticos gobernantes en aquellos es una evidencia extrema, amén de la otra violencia, la que aparentemente no tiene en su mira a las instituciones “políticas”.
Más aún, el actual es un proceso enmarcado por la violencia desatada contra los candidatos. El mayor número de ellos asesinados, por lo menos en la era “moderna”.
No es un entorno cómodo el de la celebración de esta elección. Por primera ocasión un órgano electoral nacional será el encargado de todos los procesos electorales en medio del agotamiento de un modelo de representación, consecuencia lógica de la actuación de los partidos existentes, y de sus capas dirigentes.
Incapaces de entender que la “spotización” de la política como modelo de comunicación electoral es un completo fracaso, no por lo que arguyen los propietarios de los más poderosos medios de comunicación, que añoran los tiempos de los spots contratados libremente por los partidos y sus financieros, sino porque en nada contribuye a elevar la cultura democrática de los mexicanos. 
Ni se da a conocer el programa de los partidos, ni se llega a conocer a los candidatos y al final los spots hartan pues se convierten en mecanismos de ataque a los otros, en la que lo central no son los programas propuestos o los resultados de las gestiones, sino que son el vehículo para la simple denostación, y ésta la del más bajo nivel socio-cultural. 
¿Porqué ir a votar? Si usted no es de los simpatizantes de los partidos “mayoritarios”, (pues estos tienen razones suficientes para acudir a las urnas) vote para fortalecer la diversidad de la representación política en la Cámara de Diputados y que ello sirva para impulsar las reformas que necesita urgentemente el sistema político mexicano. 
Hace agua por todas partes, las imágenes de violencia, con motivaciones electorales o no, son un pálido reflejo de la profunda crisis en la que está sumido el proceso democrático del país.
Si los resultados de las elecciones son como lo predicen todas las empresas encuestadoras, entonces la Cámara de Diputados será prácticamente la misma que la de ahora. La tripleta PRI-Verde-PANAL rondará la mayoría, sin lograrlo; la diputación panista crecerá sensiblemente y los partidos de izquierda, fundamentalmente PRD y Morena, ostentarán casi el mismo número de diputados, probablemente a expensas de los partidos más pequeños.
Puede haber, eso sí, cambios en el número de gubernaturas detentadas por cada uno de los partidos que las tienen hoy: PRI, PAN y PRD y en alguna de las capitales estatales cambiarán de partido, con mucha seguridad la de Jalisco.
Pero esencialmente se mantendrá la composición de fuerzas (sí, porque a pesar de la irrupción de Morena, este partido ya contaba con un grupo de diputados, postulados por otros partidos, pero resultantes de la votación obtenida por López Obrador) y entonces nos faltarán elementos para poder decir que esta elección fue la evaluación ciudadana sobre el gobierno de Peña Nieto.
El problema que tenemos es que a falta de un mejor modelo de representación, el electorado se ve obligado a optar entre el partido gobernante y el que parezca que puede vencerlo. Nuestras elecciones son bipartidistas, sólo por excepción la contienda se desarrolla con tres opciones extremadamente competitivas.
Así, en la mayor parte del país, las elecciones se resolverán entre los candidatos del PRI y el PAN y en una marcada minoría entre PRI y PRD. El extremo lo será el DF, lugar en donde también será bipartidista la contienda, sólo que entre dos opciones de izquierda: PRD y Morena.
De ese modo, sin que se presentara una estructurada petición, ni que a la mayoría de la población se le ocurriera, la realidad nos va a imponer la necesidad de establecer la “segunda vuelta”, sólo de esa manera se podrían realizar varias reformas políticas de fondo y, quizá, hasta sacudir a las arcaicas e inútiles dirigencias partidarias.
Con distintas variantes en el mundo, pero esencialmente esta reforma consistiría en que si en una elección ninguno de los candidatos obtiene el 50% de los votos (en algunos países tienen un margen menor) o si el candidato triunfador obtiene una considerable ventaja frente al segundo lugar -en márgenes de 15% o más-, entonces los candidatos que hayan ocupado los dos primeros lugares irían a una nueva elección, pero ahora sólo entre ellos. El ganador de esta ronda, por supuesto, sería el candidato triunfador del distrito, la alcaldía, la gubernatura o la presidencia de la república.
Pero para ir a la segunda vuelta, los partidos podrían pactar alianzas a la luz pública, con acuerdos políticos programáticos y de posiciones gubernamentales, de cara a la sociedad y los electores.
Saldríamos ganando todos. Los gobernantes serían elegidos por un mayor porcentaje mayor de los electores y éstos no estarían obligados a emitir el voto “útil”, esto es, que en la primera ronda todos votarían con la ilusión de que sus candidatos y partidos ganaran y no tanto con el temor de que si no se apoya al candidato de otro partido opositor -el que puede ganar-, entonces el del gobierno ganaría.
Pero una vez superada esa primera etapa, en la segunda sí sería válido votar por otra opción si esta se comprometió a llevar al cabo algunas de las metas programáticas de sus aliados en la segunda vuelta.
Y eso privaría para el partido del gobierno, lo obligaría a asumir compromisos frente a sus aliados.
Por supuesto que el registro de los partidos se mantendría con la votación obtenida en la primera vuelta, lo que daría margen al electorado a determinar que agrupaciones políticas deben existir, o no.
Todo eso está en las definiciones que los electores tomen el día de hoy. Usted sabe si va a votar o no.

asertodechihuahua@yahoo.com.mx; Blog: luisjaviervalero.blogspot.com; Twitter: /LJValeroF

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