martes, 14 de mayo de 2013

Esquemas obsoletos

El Diario, 14 de mayo de 2013 Luis Javier Valero Flores El caso de Clara Armendáriz y su hija ha adquirido una extraordinaria resonancia en la capital del estado. Esta joven dejó en el estacionamiento de una iglesia a su bebé, momentos después de haber parido, y se convirtió en víctima, en el curso de los siguientes meses, de un verdadero linchamiento, al cual se le sumaron, las dependencias estatales relacionadas con la vigencia de los derechos de los niños, al grado de que éstas pidieron, y obtuvieron, sendas resoluciones judiciales y administrativas para que nadie de la familia materna, incluida Clara, pudiera siquiera acercarse a la recién nacida. Contra esas resoluciones se alzó la joven y ha obtenido un amparo para que las autoridades del DIF estatal le permitan al abuelo materno –porque la identidad del padre de la bebé se desconoce– convivir con su nieta en las instalaciones de la dependencia. Este es sólo uno de los casos más estridentes –y más lamentables– de un fenómeno que crece con los días: el de los embarazos en las adolescentes. Pero que lo refleja paradigmáticamente, independientemente de los aspectos particulares de cada uno. ¿Cómo le podemos pedir a los jóvenes de hoy que practiquen la abstinencia sexual si todo lo que los rodea está cargado de sexualidad? ¿Cómo pedirles que no beban cerveza si estamos inundados de comerciales de estas bebidas y, lo peor, que los principales espectáculos deportivos sean promovidos fundamentalmente por las empresas fabricantes de ellas? Frente a esta “modernidad” ¿Cómo oponerle, por ejemplo, que el diablo se los llevará si cometen alguna falta? Sin embargo, quedan en el subconsciente secuelas de aquel pasado, de ahí la frecuencia con la que las jóvenes ocultan un embarazo, por aquello de la vergüenza de haber cometido un pecado, o de haber “deshonrado” el nombre de la familia a causa, no solamente del embarazo, sino del hecho de haber sostenido relaciones sexuales (las cuales, dicen las reglas del pasado, o las de las creencias religiosas, sólo se pueden tener en el matrimonio); de ahí que no sean pocos los casos en los cuales el peso de la culpa es tan grande que lleva a las jóvenes a cometer algún desatino, generalmente en abortos provocados y que muchos de los cuales terminan en verdaderas tragedias. ¿Cómo compaginar el mundo moderno de los jóvenes con la prohibición a usar el condón, o cualquier otro método preventivo, y a cambio difundir la creación de asociaciones que “les pueden ayudar a las jóvenes con su hijo, si no lo quieren tener”? Si a condiciones tan generales les agregamos otras menos extendidas, pero igualmente presentes en la vida de cientos de miles de jóvenes en Juárez y Chihuahua, que son las derivadas de ser hijos de trabajadores (ambos) de la industria maquiladora, o en general de la industria, que los llevó a que, generalmente, ya no exista ninguna otra persona adulta en su entorno, y que en muchos casos no hay alguien que les otorgue el cariño, consideraciones y cuidados necesarios, no sólo para su desarrollo, sino para su existencia “normal” y que tales dones sólo los encuentren en otro joven de distinto sexo (o preferencia sexual), lo que los llevará, a sostener relaciones sexuales, y muy frecuentemente, a procrear un hijo, que puede vivir una vida muy semejante a la de sus padres, gracias a que, por un lado, desprecian alguno de los métodos de prevención del embarazo, incluida la pastilla del día después. Estamos ante una situación extremadamente compleja, en la que fenómenos como el comentado es sólo uno y muy parcial y que algunos hechos de los días recientes, ocurridos en nuestras ciudades, nos deben llevar a pensar en el largo plazo, de inmediato, para no caer en las “soluciones” fáciles, sobre todo en materia penal, de, ante el aumento de la criminalidad juvenil, proponer el endurecimiento de las penas, ni la criminalización de los jóvenes. Y es que algunos de esos casos son muestra de que algo muy grave está ocurriendo frente a nuestros ojos: el de los jóvenes que presuntamente asesinaron a los padres adoptivos de una joven (participante de los hechos) quienes, luego de asesinarlos se fueron a comprar y comer; no sólo, pudieron dormir al lado de los cadáveres y luego, con calma, comprar lo necesario para incinerarlos. Pero también los jóvenes que asesinaron a los hermanos Páramo (en Chihuahua) por una deuda, dicen las autoridades, de 10 mil pesos; o el de la mujer que dejó a su bebé en un basurero. Los jóvenes de Juárez que primero secuestraron a una bebé de 2 años, y luego a los padres, tíos de una de las presuntas implicadas. Ante tantos y variados casos tan impactantes ¿Bastan los mensajes religiosos y los llamados a “recuperar” los valores? Seguramente, no.

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