martes, 26 de junio de 2012

La derrota de las encuestas

El Diario, 26 de junio de 2012 Luis Javier Valero Flores Más allá de las preferencias electorales, una cosa es evidente: el agotamiento de las encuestas como instrumento de medición y su plena irrupción como medios de propaganda. Los propietarios del duopolio televisivo y la dirigencia de la campaña de Enrique Peña Nieto le apostaron a que la difusión de las encuestas actuara como mecanismo paralizante de la decisión ciudadana y a que llevara a millones de votantes a la conclusión de que ya nada quedaba por hacer ante la inminencia del triunfo del mexiquense. Prueba palmaria de tal agotamiento es el hecho de que todas las empresas encuestadoras admiten la existencia de un rechazo ciudadano, de hasta el 70 por ciento, al levantamiento de las encuestas. Cosa semejante reportó el sondeo de El Diario, semanas atrás, ante la pregunta de si confiaban en las encuestas, el rechazo llegó casi al 80 por ciento de los participantes. Otro aspecto no tomado en cuenta por prácticamente ninguna empresa, para poder efectuar evaluaciones más precisas sobre las preferencias electorales y el número de indecisos, fue el abstencionismo electoral. Sólo Demotecnia, de María de las Heras, lo hizo en la última de las encuestas publicadas, en la que pronosticó, a fines de mayo, un porcentaje de participación electoral del 63 por ciento. De este modo, con un listado nominal –es decir, los ciudadanos que podrán votar, por contar con su credencial y estar en el padrón electoral– de 79.5 millones de electores, es probable, si aceptamos el cálculo de De las Heras, que voten alrededor de 49.5 millones de personas el próximo domingo. ¿Quién ganará? Para el escribiente, más allá de las filias y fobias, el ganador será López Obrador o Peña Nieto, en ese orden. Los indicios políticos de que se resolverá por una diferencia mínima –entre los 2 y 3 puntos (cada punto significarán 490 mil votos) – están por doquier, el reforzamiento de la andanada priista contra el izquierdista, el cierre masivo de la campaña del tabasqueño, las reuniones de los gobernadores en días y horas hábiles (¿no sabrán que es delito electoral?); el crecimiento de la emergencia juvenil; y las múltiples manifestaciones emitidas por infinidad de personas en el sentido que ahora cambiarán su voto y lo harán por el candidato de la izquierda. Son muchos, de todos los círculos sociales. Y si hiciera falta un factor, ahí está el mensaje que la jerarquía católica envió el domingo a todos sus seguidores en el que los llama a no votar por partidos que estén de acuerdo con el aborto, con los matrimonios entre homosexuales, con la eutanasia, o que promuevan los anticonceptivos físicos o químicos, la pornografía, la clonación humana, el uso o tráfico de drogas, el machismo o la discriminación racial y étnica ¿Más claro? En el colmo de la soberbia, el tríptico repartido asienta que “La Iglesia Católica dará el voto…”. ¿Cómo está eso de que “dará” su voto? ¿Ya suplantó a la ciudadanía y convirtió el acto más soberano de ésta en un asunto de creencias religiosas? Porque ¿qué tal si un ciudadano decide votar por un partido que propuso en su programa intensificar el uso de condones como asunto de salud pública, contraviniendo las directrices de su iglesia? ¡Ah, cuántos excesos se cometen en el nombre de Dios! ¡Ahí tienen a Josefina afirmando que “Dios siempre hace su parte y nosotros saldremos victoriosos”! ¿Y los otros candidatos no son hijos de Dios? ¿O se están oponiendo a sus designios, sólo porque no votarán por la candidata del PAN? Pero más allá de las bendiciones –y de las maldiciones– el triunfador deberá contar con al menos 17.5 millones de votos, algo así como el 35% de la votación, algo que los dos punteros tienen al alcance de la mano, a menos que ocurra una catástrofe. Si López Obrador obtiene entre el 20 y el 22 por ciento de la votación en Chihuahua –cosa que se considera en muchos círculos como realista– que sería una cifra entre 300 y 375 mil votos, entonces, para beneplácito de la izquierda, habrá triunfado pues es probable que los índices de aceptación sean semejantes en las entidades del norte del país en los que la izquierda no rebasaba el 7 por ciento de la votación. No es un cálculo ajeno a la realidad, el crecimiento de AMLO en Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Durango, Sonora y la consolidación en Sinaloa, Zacatecas y Nayarit son cosas irrebatibles. Y si el crecimiento en el norte es de esa forma, sólo debemos imaginarnos el centro y sur. Un indicio de ello es la aceptación de Miguel Mancera en el DF. Para los escépticos: en 2006, AMLO obtuvo en Chihuahua el 19 por ciento de la votación, poco más de 210 mil votos. Pero la aceptación de ese año está muy lejos de la presente en la actual campaña. No hay punto de comparación. La sorpresa está a punto de presentarse.

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