jueves, 8 de septiembre de 2011

No echar las campanas al vuelo

El Diario, 8 de septiembre de 2011
Luis Javier Valero Flores
En todas las encuestas, en todas las conversaciones, en todos los encuentros públicos, en todos lados, el tema de la inseguridad es el más importante para la mayor parte de los mexicanos. Tal premisa vale para un porcentaje mayor de los chihuahuenses. No es gratuita esa percepción, a pesar de la disminución de los índices delictivos –prácticamente de todos– nuestra entidad sigue ocupando el liderazgo en varios de ellos, destacadamente el de homicidios, con mucho, el más relevante de los delitos.

Precisamente por ello las autoridades no pueden caer en la banalidad de lanzar cifras falsamente optimistas en esta materia porque, literalmente, pueden chocar con la realidad. Semanas atrás, Felipe Calderón –y previamente, Alejandro Poiré, secretario del Consejo Nacional de Seguridad Pública– protagonizó un episodio altamente ilustrativo de tales conductas. Aseguró que el índice de homicidios en Juárez había disminuido en 60 por ciento. Lo hizo de una manera grotesca. Comparó las cifras del mes más violento en la historia del antiguo Paso del Norte, octubre de 2010, cuando se presentaron 304 asesinatos, y lo comparó con marzo de este año, cuando ocurrieron 183.

Ahora pareciera que tal ruta se pretende continuar en el ámbito estatal. Después de largos meses sin que se supiera de las actividades, logros, estrategias, detenciones, decomisos y asignación de responsabilidades, el martes se informó de la reunión del ¡Operativo Coordinado Chihuahua, ente que creímos había pasado a mejor vida en virtud del inobjetable fracaso, a tal grado que ni siquiera se había informado de su activación. Ahora resulta que está vivo, que andaba lejos de los reflectores y de la atención de los chihuahuenses. Con ese motivo, ahí se informó que los índices delictivos habían descendido de manera notable, tanto, que el de homicidios a nivel estatal se había reducido en 55 por ciento, “mientras que en Ciudad Juárez ese indicador descendió en 36 por ciento”. (Nota de la redacción, El Diario-Chihuahua, 6/IX/11). Sólo que tales cifras se alcanzaron ¡comparando agosto de 2010 con agosto del presente año

¿Y por qué no compararon los primeros ocho meses del año anterior con los primeros de este? ¿Porque hacerlo de ese modo no arrojaba las cifras optimistas que se desean para llegar al I Informe con datos halagüeños?

En el estado, según el recuento efectuado por La Opción.com, en 2010 ocurrieron 4 mil 80 ejecuciones, en tanto que hasta el 7 de septiembre se habían presentado 2 mil 290. Es decir, diariamente se presentaron, en aquel año, 11.17 ejecuciones, en tanto que hasta la fecha, en 2011, han ocurrido 9.27 por día, lo que significa una disminución del 17 por ciento, diariamente, pero que, si se realiza la proyección anual, nos encontraríamos que en el presente año podrán presentarse 3 mil 383 ejecuciones, si no disminuye o se acrecienta el promedio diario. No es novedad asentar que existen distintas estadísticas –aquí mismo hemos dado cuenta de la enorme disparidad entre las otorgadas por las dependencias federales– pero no encontraremos una realidad marcadamente distinta a lo aquí señalado.

Resulta, pues, que pasaremos de un poco más de 4 mil ejecuciones, a alrededor de 3 mil 400. Se antoja poca la diferencia. Es una enorme distancia entre una y otra, representa que al menos 600 familias no tendrán que llorar la caída de alguno de sus integrantes, es bueno apreciar tal descenso, pero no es, ni con mucho, lo que debería existir si tomamos en cuenta la dimensión de los recursos puestos en juego para hacer que disminuya la noche abatida sobre nosotros.

Es una disminución apreciable, pero en el ánimo general no pesa lo suficiente, y menos –piensa el escribiente– pesará en el de los inversionistas, locales y foráneos, al momento de poner en juego sus capitales en cualquiera de las urbes chihuahuenses.

Más aún, no se aprecian elementos que nos lleven a pensar que tal descenso se deba a la actividad gubernamental en contra de las bandas delictivas, más bien nos llevan a pensar que puede obedecer a la disminución del ritmo de sus enfrentamientos. Ello, porque nada de lo hecho en la presente administración se aprecia distinto a lo realizado en la anterior.

Sólo lo podremos asegurar en la medida en que la actual tendencia se consolide y abarque al resto de los índices delictivos desatados con motivo de la actual ola homicida. De modo que no es tiempo, aún, de echar las campanas al vuelo. Y menos en la recta final del I Informe.

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