jueves, 17 de septiembre de 2015

Derroche irracional

El Diario, 17 de septiembre de 2015
Luis Javier Valero Flores
El 16 de septiembre de 1910, el presidente Porfirio Díaz encabezaba los festejos del centenario de la lucha de Independencia. El boato era el signo cardinal de las celebraciones adentro de los palacios. Afuera, la muchedumbre tenía acceso, por supuesto, a admirar los relucientes trajes de la tropa, los fulgurantes sables de los jefes militares, ataviados con los trajes militares de la Europa del siglo XVIII y mediados del XIX; además, pudo comer de las enormes cacerolas instaladas en la mayor parte de los cruceros de lo que cien años después sería conocido como el centro histórico de la Cd. de México.
Nada parecía enturbiar la supuesta opulenta "pax porfiriana". Se respiraba tal estabilidad en el México porfirista que el dictador se atrevió a declarar, casi dos años atrás, que el país "estaba preparado para la democracia".
Menos de un año después, en mayo de 1911, partiría en el "Ipiranga", para irse a morir a París, en medio de los arrumacos de la burguesía y la aristocracia europea que lo veían como el hombre que había "modernizado" al país de salvajes que alguna vez había presidido aquel indio blasfemo, su paisano, Benito Juárez.
Díaz y sus compañeros, la casi totalidad de la clase gobernante de entonces, no fueron capaces de percibir que algo había cambiado en el país, que sus excesos del pasado y los del presente ya no podían ser tolerados por una población mayoritariamente india, pobre, marginada y superexplotada.
Más aún, que los incipientes sectores medios, que lo mismo se asentaban en las pequeñas ciudades, que en el campo, marginados del poder público y del reparto de la riqueza, estaban preparados para echar fuera del gobierno a quienes tenían como aspiración última igualar la magnificencia de los acaudalados europeos, y de entre ellos, a los franceses.
Cosas semejantes ocurren en el México de hoy, y particularmente en el Chihuahua de nuestros días.
En tanto el pueblo acude a la celebración del Grito de Independencia en medio de sus carencias (recordemos que casi 5 de cada 10 asalariados en Chihuahua ganan hasta 3 mil 800 pesos al mes) el lujo y el derroche, adentro de Palacio de Gobierno y en los locales habilitados por la mayoría de las presidencias municipales es hasta insultante.
El derroche es descomunal. El Consulado mexicano en El Paso elaboró unas invitaciones en papel cartoncillo de la máxima calidad y del más alto costo ¿Para qué emplear tanto dinero en una invitación que cumplía el papel del volante que nos podemos encontrar en cualquier crucero? Tanto les sobra el dinero que esas invitaciones, por centenas, fueron repartidas ¡En la ciudad de Chihuahua!
De ese tamaño es el dispendio.
Algo de eso leyó Peña Nieto y decidió cancelar la cena al interior del Palacio Nacional, en la que se gastaban alrededor de ¡15 millones de pesos!
¿Porqué no aprovechó el Gobernador César Duarte su estado de salud para cancelar el sarao del interior de Palacio de Gobierno y, de paso, congratularse con los chihuahuenses, al anunciar la suspensión de las viandas, los licores y la presentación de los artistas a sus invitados especiales, los de adentro de Palacio?
Y lo mismo pudo hacer el alcalde juarense Enrique Serrano, en lugar de acondicionar una estacionamiento para, ahí, celebrar una fiesta privada financiada con recursos públicos.
Pues sí, ¿En qué parte del presupuesto del gobierno estatal se ubica el programa respectivo, que sustenta el otorgamiento de recursos públicos para la celebración de la pachanga de Palacio de Gobierno?
En ninguna. 
Podrá encontrarse, sí, la partida de la oficina del Gobernador del Estado, pero nada más.
Lo que no podrá hallarse es la justificación moral para realizar semejantes festejos, tan ajenos a la realidad de la mayoría de sus gobernados.
Deberán -deberemos- cambiar muchas cosas.


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