lunes, 29 de julio de 2013

La contienda del “voto duro”

Editorial Aserto No. 120, 28 de julio de 2013. A la mañana siguiente de las elecciones, quienes fueron animosos candidatos, emprendedores militantes y creativos soñadores del futuro inmediato personal y colectivo, se convierten en responsables directos de la continuidad de los factores que contribuyen decisivamente al crecimiento -o el mantenimiento- de las cifras abstencionistas. Es lugar común achacarle a los órganos electorales la responsabilidad de la motivación a votar. Nada más alejado de la realidad. Estos organismos nacieron -los creamos- para conducir con imparcialidad los procesos electorales, su tarea principal era otorgarle certidumbre a la emisión del voto; que se contaran bien, y que contaran los emitidos a favor de cualquier candidato. Luego, en un paso más en la búsqueda de la imparcialidad, se buscó la ciudadanización, es decir, sacar de la conducción a las instancias gubernamentales, enseguida, decidimos quitarle el voto a los partidos en los órganos electorales. El problema es que sacamos a los partidos políticos por el frente y se metieron por la puerta trasera. Impusieron las “cuotas partidarias” en la composición de los órganos electorales. Pese a ello, la ciudadanización se consolidó en la base de la estructura electoral y paulatinamente se fue abriendo la aplicación de una mejor justicia en las resoluciones electorales a través de la creación de los órganos jurisdiccionales. Con la misma velocidad, la clase política, anteriormente circunscrita a un solo partido, se extendió a los partidos emergentes y se adueñó del más veterano de ellos, el único que logró derrotar en las elecciones presidenciales al partido del régimen. Pero la transición democrática no se consolidó, al contrario. El resultado fue que la clase política extendió sus privilegios y ha creado un marco legal que permite la continuidad de los peores rasgos del régimen anterior, sin que se establezcan las bases para su desmantelamiento. Por ello, la mayoría no encontró razones válidas para participar en los procesos electorales. Al contrario, muchas cosas empeoraron. En la base de tal estructura se encuentra la cultura política prevaleciente en la mayoría de la población, por supuesto prohijada por las clases dominantes, cuya principal consecuencia es la falta de interés en la participación política, al grado que una buena parte de los mexicanos considera altamente repudiables a quienes se interesan en ella. No hay mejor estímulo para la participación electoral que la acción gubernamental, tanto la buena, como la mala. Así, prácticamente dejados a dirimir entre el llamado “voto duro” de los partidos, las más recientes elecciones locales arrojaron -hasta el cierre de la edición, con una participación del 35.98%- la más baja participación de la historia electoral de las últimas 3 décadas, con resultados que dejan casi en las mismas circunstancias a los partidos en el poder, aunque con una notoria disminución en el número de alcaldías que mantendrá bajo su poder el PAN. La otra reflexión acerca del comportamiento electoral es la de que la corriente electoral del PAN -para hablar del partido que no está en el poder- se mantiene en Chihuahua a pesar de todo, a pesar del partido, de sus dirigentes, de sus gobernantes y de sus candidatos, por supuesto, no de todos. Si en la elección federal del 2012, la de los senadores, derrotó a los priistas, en la actual fue capaz de derrotarlos en dos distritos de la capital, obtener una elevada votación para su candidato a la alcaldía -cosa inesperada- y apabullarlos en Cuauhtémoc, como pruebas fehacientes de que ahí está y que no se le podrá subestimar en el futuro.

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