domingo, 10 de diciembre de 2017

Meade, la continuidad transexenal

Aserto 171-Diciembre 2017
Luis Javier Valero Flores
Nunca un candidato del PRI a la presidencia de México había representado tan nítidamente la convergencia del PRI y del PAN en el ejercicio del poder, para darle el rumbo pretendido por las élites para el país, de ahí la avalancha de opiniones de los más emblemáticos de tal convergencia en favor del casi candidato del PRI a la presidencia de la república, José Antonio Meade.
Antes de este episodio, quizá la figura más representativa de tal fenómeno (que puede explicar claramente lo realizado en materia de política económica en México en los últimos 35 años) sea el panista Diego Fernández de Cevallos, bautizado por los diputados priistas de ese momento como “El Jefe Diego”, por su enorme ascendencia sobre el presidente Carlos Salinas de Gortari.
Priistas y panistas fueron acercándose tanto que sus programas de gobierno terminaron siendo los mismos, con unas cuantas pequeñas diferencias pero que desaparecían al momento de plantearse las reformas “estructurales” que desde su óptica necesitaba México, de ahí sus coincidencias en la aprobación del Tratado de Libre Comercio, la reforma al artículo 27 constitucional, la ley federal del trabajo, la de las leyes del IMSS y del Issste, así como las derivadas del Pacto por México y ahora en la de Seguridad Interior (avalada por ellos a querer y no pues la mayoría de los diputados panistas optaron por abstenerse, no por estar en oposición, sino para no “cargar” con el desprestigio electoral).
Si se tuvieran dudas sobre lo anterior, basten para disiparlas la frase de Gustavo Madero, a la sazón presidente nacional del PAN cuando se aprobaron las reformas del Pacto por México, “tienen el gen panista”.
 Y ambos partidos, para mantenerse o buscar el poder, cambiaron sus pronunciamientos públicos a fin de atraer al electorado más influyente en el México moderno, el de las capas medias.
En la elección del 2018 eso harán, de ahí la postulación de Meade, un hombre formado en las oficinas gubernamentales encargadas de las finanzas públicas, de las que han emergido, no solamente los burócratas financieros, sino poderosísimos empresarios de las finanzas y las industrias energéticas, particularmente la petrolera, al calor de las concesiones y favores gubernamentales.
Ahí se encuentran parte importante de los saqueadores de la riqueza pública del país, quizá más dañinos que quienes desde los gobiernos de los estados incurrieron en actos de corrupción.
La diferencia es que en la mayoría de las entidades las corruptelas se pactan y ejecutan en pesos, y desde el gobierno federal y los organismos financieros, en dólares.
De ahí emerge el ahora candidato del PRI, por ello los elogios de Vicente Fox, de Salinas de Gortari, de Diego Fernández de Cevallos, de Ernesto Cordero (Secretario de Hacienda con Felipe Calderón), de Javier Lozano (senador panista y ex subsecretario de Comunicaciones y Transportes con Salinas) y de muchos otros integrantes del grupo cercano a los expresidentes Fox y Calderón.
El currículum de Meade lo revela nítidamente:
Tiene pedigree priista, su padre, Dionisio Meade, fue diputado federal priista, además de presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados y autor del dictamen aprobado para transformar al Fobaproa en Ipab, organismo del cual, unos meses después, sería alto funcionario el ahora abanderado del PRI a la presidencia. 
Luego, con Fox, Dionisio Meade llegaría a la subsecretaría de Gobernación.
Meade ha sido secretario de Estado cinco veces. En el sexenio de Calderón, Secretario de Energía y de Hacienda, para en el de Peña Nieto incursionar en Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y terminar su actuación en este gobierno en Hacienda, lo que lo convierte en hombre que tuvo participación en la definición de muchos de los asuntos financieros más álgidos de los últimos 18-19 años pues en la parte final del gobierno de Ernesto Zedillo fue elevado funcionario del Instituto de Protección para el Ahorro Bancario (Ipab), el engendro financiero que sustituyó al Fobaproa, el organismo encargado de convertir las deudas privadas de los bancos, en deuda pública.
Además, en el gobierno de Vicente Fox encabezó la transformación de Banrural en Financiera Rural.
Un detalle personalísimo: Su mejor amigo es el ahora Secretario de Hacienda, José Antonio González Anaya, el concuño de Carlos Salinas, y que en el sexenio de éste se desempeñara como subsecretario de Programación.
Presto a cambiar en todos los protocolos, en las apariencias, para conservar el poder, el PRI atinó solo a la primera parte: Cambió los requisitos para acceder a la candidatura a la presidencia. Ya no se necesita ser militante priista para ocupar esa posición. 
¿Apertura democrática?
Todo lo contrario, la designación del ex secretario de Hacienda, José Antonio Meade, rebasa los antiguos parámetros del partido en el poder, si en el pasado reciente, para fortalecer el espíritu partidista, se impusieron varias medidas que le garantizaban a este partido el acceso a las principales candidaturas a solamente quienes contaran con un currículum  partidista (haber sido candidato a un puesto de elección popular, además de haber ocupado un cargo en las dirigencias partidistas), ahora, inmerso en una vasta oleada de desprestigio, decidió postular a alguien que no se le identificara tan plenamente con el partido fundado por Plutarco Elías Calles, tal y como lo dijo el “destapador” oficial del sexenio, Don Luis   Videgaray.
 El mensaje es indudable: Para mantenerse en el poder, exhibir una vieja militancia en el PRI estorba en los momentos actuales, dado el enorme desprestigio de este partido -medido en todas las encuestas, y en prácticamente todas las elecciones posteriores al 2015- y muy presente en la percepción popular.
El problema es que cambiaron los requisitos, pero fue lo único pues en los primeros días del “destape” el inminente candidato recurrió a todas las viejas formas de los destapes del pasado, incluidos los eufóricos gritos de los funcionarios y empleados de la Secretaría de Hacienda cuando anunció su renuncia a la dependencia, cuando ya lo esperaban los dirigentes de los “sectores” del PRI, la CTM en primer lugar, como antes, como ocurría en vida de Fidel Velázquez, el sempiterno dirigente que pareciera dirigir todavía a la central sindical más importante del país, todavía.
Y en esos primeros momentos del júbilo priista (no de todos, pero eso será otro tema) aparecieron tímidamente los defectos del cuasi candidato al momento de hacer política. En medio de los dirigentes cetemistas, Meade expresó que “esta nueva aventura no podía empezar en un lugar distinto que la CTM”.
Con el destape de Meade, el auténtico proyecto transpartidario de las élites mexicanas, dió inicio, realmente, a la contienda presidencial.
No llega con las mejores credenciales, su postulación obedece a varios factores, unos de carácter estrictamente políticos y los de fondo, los del mantenimiento, a como dé lugar, del dominio de los más poderosos intereses empresariales del país, entre los que se cuentan las empresas y sus propietarios que a lo largo de la última década incursionaron en un novedoso negocio: La contratación, negociación, venta y bursatilización de la deuda pública de los estados y municipios.
En este negocio, multimillonario, son partícipes Videgaray y Pedro Aspe, el Secretario de Hacienda de Carlos Salinas y que ha llevado al punto del quiebre a las finanzas de más de una decena de entidades, curiosamente, en aquellas en las que los mandatarios estatales fueron los más fuertemente señalados de corrupción, de los cuales, por lo menos tres de ellos están bajo procesos penales, en distintos momentos de ellos, pero ya encausados por ostensibles actos de corrupción.
No es una coincidencia el hecho de que Meade haya ocupado cargos de los más relevantes en los últimos cuatro sexenios en el área de las finanzas, ni de que forme parte de la élite de funcionarios emergidos de las filas del Banco de México y del ITAM, la universidad en la cual Aspe es una especie de gurú de quienes luego llegan a formar parte de las instituciones financieras y/o de los cargos de finanzas de los gobiernos estatales y el federal.
Y que, además, estos funcionarios forman parte, también, de la élite de los organismos financieros internacionales. Fueron formados para administrar las finanzas nacionales y a través de los organismos internacionales, las de la economía global, siempre con las recetas de la política económica que ha llevado al mundo al desastre, con deudas públicas inmensas pero bancos privados riquísimos, propiedad de los consorcios financieros más importantes del planeta.
Por eso tampoco es coincidencia que dos mexicanos, ambos ligados a su matriz -el Banco de México, o su cercanía o pertenencia al gobierno de Salinas de Gortari- sean hoy de los principales funcionarios de los organismos internacionales, Agustín Carstens en el Banco Mundial de Pagos y Angel Gurría en la OCDE, como si la economía mexicana fuera de las más boyantes del mundo, o que hubiese generado el crecimiento necesario para abatir la pobreza y las desigualdades existentes, caldo de cultivo de la extrema violencia que azota al país.
O que, las reformas “estructurales” aprobadas en el gobierno de Peña Nieto fueran la receta mágica que catapulte el desarrollo económico de las naciones, en la nuestra, por lo menos, no.
Esa complejidad tiene la elección del próximo año, porque, por tercera vez consecutiva, nuevamente López Obrador aparece en el primer lugar de las preferencias electorales y aunque no es un hombre de la izquierda socialista, que impulsara un programa ya ni siquiera medianamente radical, con las características propias desarrolladas en otros momentos y en otros países, su llegada a la presidencia de la república podría detener, por lo menos, el increíble saqueo al que han sometido al país los más poderosos consorcios nacionales e internacionales.
Y la elección, aparentemente, podría desarrollarse de manera distinta a las tres previas. Ahora no arrancará con tres fuerzas en la verdadera competencia pues todo hace suponer que el Frente Ciudadano (PAN-PRD-MC) puede desfondarse, fruto no solamente de sus propios errores e inercias (la disputa por la candidatura, las que se desgranen por el resto de las candidaturas en los estados, etc) sino fundamentalmente a una de las apuestas del lanzamiento de Meade: Que dispute el voto de la centro-derecha, más coloquialmente conocido como el voto “panista”, lo que fue corroborado por las expresiones del ex presidente Vicente Fox y de los integrantes del grupo de Felipe Calderón, Ernesto Cordero, Javier Lozano y otros.
Así, el PRI-Meade le apostaría a dividir en tres al voto derechista -el candidato del Frente, Anaya; los votos de Margarita Zavala y lo que optaran por el candidato priista- además de contar con el propio del priismo, con lo cual, eso plantearían los estrategas del tricolor, estarían en condiciones de alcanzar a López Obrador y rebasarlo en las últimas semanas de la campaña, suponiendo que el candidato de la izquierda haya alcanzado su tope de preferencias electorales.
Lo anterior es lo que podría explicar que Miguel Osorio Chong no haya sido el candidato, aunque adelante de Meade en todas las encuestas, sus negativos (las expresiones de rechazo) son muy altos y reflejaban el elevado índice popular de rechazo al PRI, de ahí que optaran por un no-priista, que parece ser muy panista, con los suficientes antecedentes priistas, además de ser parte de los diseñadores y operadores del entramado financiero existente en el país, como es la CONSAR (el organismo regulador de los fondos del ahorro para el retiro), el IPAB después de la desaparición del Fobaproa, además de la desaparición de Banrural y la creación de Financiera Rural, organismo encargado de desaparecer el financiamiento al campo, especialmente al sector social.
Y ese será uno de los aspectos negativos, o de los retos de Meade, el de transformarse en el candidato de las simpatías del electorado priista, de ahí hasta su exageración en los piropos lanzados a distintas organizaciones priistas y al mismo PRI, en frases que recuerdan, en mucho, a las usadas en los años en que los priistas se enorgullecían de ser herederos de la Revolución Mexicana.
Elogiado hasta la saciedad por los círculos cercanos al priismo en todas las esferas de la sociedad, Meade lleva en las alforjas una de las críticas más sólidas, el del enorme crecimiento de la deuda pública de México bajo su conducción, además de otras perlas de la misma importancia.
La deuda externa creció del 28% del Producto Interno Bruto dejada por Vicente Fox, que Calderón llevó al 38% y que el gobierno de Peña Nieto, ha mandado al 48% en el momento actual.
El argumento usado por Meade en ese endeudamiento fue que sirvió para darle a la economía un buen “impulso”, que si no se contratamos “es muy probable que el crecimiento hubiese sido menor del que alcanzamos”.
Entonces, si los cálculos electorales les salen bien y se precipita la candidatura panista, no crece la de Margarita Zavala, ni la del Bronco Rodríguez -en el supuesto que alcancen el número de apoyos para registrarse como candidatos- entonces estaremos frente a una elección “parejera”, entre Meade y López Obrador, lo que significaría la disputa   entre el más “populista” de los aspirantes, el candidato de la izquierda, AMLO, y el de la derecha, José Antonio Meade.

Es decir, entre la continuidad del régimen o el cambio por la izquierda, ese será el dilema de los mexicanos.

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