PRD, sin brújula

El Diario, 8 de diciembre de 2009
Luis Javier Valero Flores
Inmerso en la que puede ser la peor de sus crisis, el PRD concluyó el domingo su XII Congreso Nacional con recurrentes discursos de sus principales dirigentes de emerger del mismo, “unido” y con fuerza para enfrentar el proceso electoral del 2012.
Ausentes sus dos principales figuras, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, por coincidencia, los únicos que lo han representado en las contiendas presidenciales, en la parte final del evento intentaron dar una muestra de la unidad de la élite perredista con el manido recurso de levantar juntos las manos los que en el curso de los últimos años se han confrontado casi hasta los golpes, y después de haber sufrido una severa sangría en todo el país.
Del profundo deterioro ideológico del PRD da muestra un sorprendente hecho: Las élites de las corrientes perredistas decidieron no discutir en el seno del congreso –el que se supone sería el evento en el que se discutiría la refundación de ese partido, lo que debería transitar, pero por supuesto, por la definición ideológica y política de asuntos de la mayor trascendencia- la posibilidad de efectuar alianzas con el PRI o con el PAN.
Enfrentadas dos tendencias existentes en su interior de mucho tiempo atrás, independientemente de quien las asuma individualmente, nuevamente se expresaron y para no romper con la escenografía montada artificialmente, optaron por lo increíble en un agrupamiento de izquierda ¡No discutir!
No es ninguna novedad la existencia de una tendencia, encabezada por su dirigente nacional, Jesús Ortega, insistente en buscar alianzas con los partidos hegemónicos en cada entidad. Así, en Oaxaca la corriente Nueva Izquierda, también dirigida por Ortega, busca aliarse con el PAN, cosa rechazada por la mayoría de los grupos y corrientes afines a López Obrador.
Pero en otras entidades, y no podemos descartar hasta la posibilidad de que Chihuahua se incluya en ellas, dada la proximidad de las elecciones, la corriente de Ortega podría plantearse la posibilidad de aliarse con el PRI, es decir, como la anécdota aquella del piloto aviador mexicano que, llegado a España en plena guerra civil se dio de alta en la aviación de los republicanos. Pero el avión republicano pilotado por el mexicano fue abatido por las fuerzas de Francisco Franco. Detenido por los franquistas, el mexicano pidió ayudarles y pilotar un avión franquista. Sorprendidos los fascistas le reclamaron –pero, coño, si tú venías con los republicanos. –No, yo venía a matar gachupines, respondió nuestro compatriota.
Así los perredistas ahora, dependiendo de la correlación de fuerzas en cada entidad y elección, podrán optar entre uno y otro partido, en lo que será una de las demostraciones más nítidas del pragmatismo de la clase política mexicana, a cuyas características se han sumado tan alegremente las dirigencias de las corrientes del PRD y echado por la borda, por tanto, una larguísima trayectoria de luchas de las agrupaciones de la izquierda mexicana, sobre todo las definidas como socialistas o comunistas, en las que el principal ingrediente era una ejemplar congruencia, en la mayoría de los casos.
No definir una política de alianzas en el momento actual llevará al conjunto de la dirigencia perredista a la confrontación -¡una más!- con el dirigente más connotado de la izquierda mexicana actual, López Obrador, pues éste ha denunciado, y más consistentemente en las últimas semanas, al binomio PRI-PAN como el responsable de la conducción del país, hasta declararlo como el protector de la “mafia que controla a México”.
Y más en lo concreto, llevará a ese partido a la confrontación por la candidatura presidencial pues el congreso aprobó que, si el 60% del Consejo Nacional así lo decidiese, se cambiaría la elección abierta por cualquier otro mecanismo. Por puritita casualidad, en el cierre del Congreso, Marcelo Ebrard propuso que la decisión para designar candidato presidencial podría ser a través de una encuesta y postular, por tanto, a quien apareciera en el primer lugar de las simpatías electorales.
Es decir, se inicia la siguiente confrontación.

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